Discusión
“Si tu viens, par exemple, à quatre heures de l´après-midi,
 dès trois heures je commencerai d´être hereux”.
(Saint-Exupéry, 1946)


¿Quién no se ha sentido alguna vez fascinado y encantado con la escena mágica del encuentro entre el Principito y el pequeño zorro? ¿Quién no ha sentido alguna vez cierta curiosidad por saber  por qué este Pequeño Príncipe, a pesar de conocer a diferentes personas en su viaje a La Tierra, únicamente entabló una profunda amistad con un animal? (Saint-Exupéry, 1946). A lo largo de estas líneas comentaremos los motivos que tienen los usuarios de “Parc Serentill” para sentir esa misma amistad y fascinación por sus animales y los beneficios que afirman aportarles. 

Scott y Wertheimer (1981) aconsejan que, en una investigación de tipo exploratorio es conveniente calificar los resultados en términos de “claridad” o “ambigüedad”. Siguiendo este consejo podemos, sin temor a equivocarnos, hablar de una claridad en los resultados que hemos obtenido, tanto en sí mismos, como en relación con otros estudios de temática paralela. 
De los resultados presentados, lo primero que podemos observar aún sin necesidad de entrar a analizar el contenido es que el discurso de los trabajadores es más extenso que el de los ancianos. En relación a los aspectos percibidos como positivos de la TAAC, los residentes expresaron una media de 11,8 unidades de análisis (o ideas) por persona (ver Tabla 1), mientras que los trabajadores alcanzaron una media de 17,9 unidades de análisis por persona (ver Tabla 2). Por otra parte, las ideas percibidas como negativas o limitaciones de las TAAC fueron expresadas por los ancianos en una media de 1,3 unidades de análisis por persona y 6 ideas/persona en el caso de la muestra de trabajadores.

Una segunda conclusión, igualmente obvia, podría ser la siguiente: las ideas positivas superan notablemente en número a las ideas negativas en el discurso de los usuarios. La proporción exacta es de 1,1 unidades de análisis negativas por cada 10 unidades positivas en el caso de los ancianos y 3,3 ideas negativas por cada 10 positivas en el discurso de los trabajadores. Aún así, cabe tener en cuenta que la dicotomía entre aspectos positivos y negativos no presupone una barrera infranqueable sino una clasificación perfectamente permeable, ya que algunos ítems clasificados como negativos pueden tener repercusiones igualmente terapéuticas en la vida de los residentes. Por ejemplo, las quejas por desorden y los pequeños destrozos ocasionados por los animales, si bien se expresa en forma de desacuerdo, puede igualmente tratarse de un aspecto potencialmente terapéutico, al constituir un elemento distorsionador de la monotonía de la residencia y, de esta manera, mantener al anciano en un nivel de alerta y actividad superior al habitual. 

Por otra parte, los ítems clasificados como negativos o limitaciones no son en absoluto motivos perjudiciales o potencialmente dañinos en ningún aspecto sino que, en cierta manera, los podemos considerar como sugerencias para mejorar la calidad de vida de los usuarios. En este primer aspecto coincidimos con los autores que afirman que los animales de compañía proporcionan beneficios significativos en la vida de los ancianos y no causan el menor daño (Cusack, 1991). Para sostener esta afirmación nos apoyamos en resultados de estudios como el de Stryler-Gordon, Beall y Anderson (1985), que informaron que de cada 1000 accidentes producidos en residencias geriátricas que poseen animales de compañía tan sólo 4,5 tenían relación con los animales, es decir, el riesgo de que los animales constituyan un motivo perjudicial para los ancianos se puede cuantificar aproximadamente en un 0,45%. De esta manera, se respeta la máxima médica de la no maleficencia, es decir, en el caso de que la mejora no sea posible, lo fundamental es no perjudicar al paciente.

Y todavía antes de entrar a abordar los resultados obtenidos sí que cabe clarificar, o por lo menos intentar llegar a un acuerdo sobre qué queremos decir cuando hablamos de terapia asistida por animales de compañía (TAAC) o terapia facilitada por animales de compañía (TFAC). En realidad no existe una definición consensuada pero todos entendemos que al hablar de TAAC o TFAC nos referimos al uso de animales de compañía como ayuda o complemento terapéutico. Nosotros queremos considerar esta definición en su sentido más amplio, entendiendo que la simple exposición de la población geriátrica a los animales es potencialmente terapéutica, ya que esta mera exposición se convierte inmediatamente en interacción y creemos que puede producir resultados positivos significativos (Beck y Katcher, 1984). En este sentido apoyamos la opinión de Cusack cuando se niega a poner límites a la TAAC. “Discrepo de los críticos que insisten en que la utilización recreativa de los animales no se puede llamar terapia (...). La terapia puede ser tan simple como acariciar al animal (...)”. (Cusack, 1991,    p. 237). 

Entrando ya en el análisis de los resultados obtenidos podemos fijarnos, en primer lugar, en el coeficiente de correlación lineal (r) obtenido entre la percepción de aspectos positivos por parte de ancianos y por parte de trabajadores, cuyo valor es de 0,5372 (ver Anexo 5). Teniendo en cuenta que r es -1<r<1 podemos interpretar que se trata de una correlación positiva y suficientemente significativa. Esto quiere decir que existe una coincidencia notable entre aquello que los ancianos y los trabajadores de “Parc Serentill” creen que es positivo en la TAAC. Por otra parte, no podemos afirmar lo mismo en el caso de las limitaciones percibidas entre uno y otro grupo. El valor del coeficiente de correlación es de 0,0024 en el caso de las opiniones negativas (ver Anexo 6). Por lo tanto, de aquí podemos inferir que el grado de acuerdo es casi inexistente entre ancianos y trabajadores cuando les pedimos que nos hablen de aspectos a mejorar en la TAAC.

Si nos fijamos en el conjunto de ideas coincidentes (ver Tabla 3), podemos comprobar que la opinión más repetida tanto en la muestra de ancianos como en la de trabajadores es que los animales suponen una distracción importante para los residentes, ya que este ítem supone un 20,8% de las ideas comunes a los dos grupos. No es difícil imaginar la importancia de un elemento distractor en el marco de una residencia geriátrica, especialmente teniendo en cuenta que los estímulos distractores y provocativos son mínimos. Laura Anzizu nos hace una descripción perfecta de esta situación: “Los ancianos de la residencia pasan muchas horas del día sentados en sillas de ruedas, delante de las vidrieras del jardín, y lo que veían antes de la llegada de los perros era sólo el jardín, siempre quieto, siempre igual” (Anzizu, 1999). 

La idea que ocupa el segundo lugar en la clasificación es que los animales constituyen un vehículo de expresión de afecto para los ancianos, con un 18,0% de las unidades de análisis comunes. Cabe tener en cuenta que distracción y afectividad son dos ideas que podemos triangular perfectamente, a nivel semántico, con el concepto de compañía, a pesar de haber obtenido éste último únicamente un 4,9% de las ideas coincidentes expresadas. En un estudio realizado en 1980 por Lago, Knight y Connell (1993), en el cual se indagaba la percepción de ventajas y desventajas de la posesión de animales de compañía entre ancianos rurales de Pennsylvania, un 73,2% de los propietarios hacía referencia al compañerismo y la amistad proporcionada por el animal, y un 32,1% hablaba del animal como un paliativo de la soledad. Igualmente, en una encuesta a propietarios de animales de compañía realizada por Adell-Bath et al. en 1979 (Katcher y Beck, 1993) el 51% de intervenciones afirmaban que el perro supone un vehículo importante de afectividad y 71% de encuestados en 1983 por Quigley et al. (1993) expresaban que el compañerismo es la mayor ventaja de la posesión de animales de compañía, seguida por la afectividad, con un 53% de las opiniones obtenidas. 

Todo esto nos hace concluir que las principales ideas percibidas como positivas por la muestra de ancianos y trabajadores de “Parc Serentill” están en perfecta armonía con los resultados obtenidos en anteriores estudios en cuanto a ventajas de la posesión de animales de compañía en diferentes poblaciones geriátricas. “Los animales de compañía nunca pueden sustituir a las personas pero sí que pueden satisfacer la necesidad de compañía”, puntualizaba Lynch (1979,       p. 147).

El siguiente ítem a comentar, con un 11,4% de opiniones coincidentes, se refiere a la vigilancia o seguridad subjetiva percibida por los residentes. Aquí es interesante fijarse en el porcentaje de unidades de análisis desglosado en ancianos y trabajadores. Del conjunto total de ideas expresadas por los residentes, el 14,0% (ocupando el tercer lugar de la clasificación) hacía referencia a la seguridad y la vigilancia proporcionada por los animales en el caso, por ejemplo, de entrar intrusos en la residencia u otros peligros potenciales, mientras que tan sólo en un 1,1% de las intervenciones de los trabajadores se le daba importancia a la vigilancia de los perros, colocándose ésta en el lugar 13. 

Cabe tener en cuenta, además, que cuando los trabajadores hablan de seguridad se refieren al sentimiento subjetivo de seguridad que los perros proporcionan a los residentes. Es éste el motivo de distinguir entre “vigilancia” y “seguridad subjetiva”, a pesar de considerarlos como una única categoría. En el estudio de Quigley et al. (1993), realizado en Minnesota y anteriormente mencionado, la idea de protección aparecía en un 36% de las intervenciones, y en la muestra de ancianos de Pennsylvania (Lago et al., 1993) un 30,3% de los encuestados afirmaban que los animales les proporcionaban un firme sentimiento de seguridad. 

Al hablar de la relación táctil que los ancianos establecen con los animales (“Me/Les gusta tocarlos”, con un 8,8% de unidades de análisis comunes), no podemos dejar de hacer referencia a Phyllis K. Davis, psicóloga estadounidense, que insiste en la importancia vital del contacto físico en las relaciones humanas y afirma que tocar no es sólo un estímulo placentero sino una necesidad biológica (Davis, 1998). “Yo definiría el contacto táctil como el sentimiento de satisfacción producido por el contacto entre dos pieles. Puede ser calmante, curativo, cariñoso, afectivo, consolador o donante de seguridad. Puede adoptar la forma de roce, palmadas, masaje, caricias o bien de mecer, abrazar o sostener” (ibídem, p. 36). Davis se aventura a proponer una explicación bioquímica: “La estimulación táctil y las emociones pueden influir sobre las endorfinas, hormonas naturales del cuerpo que atenúan el dolor y aumentan la sensación de bienestar” (ibídem, p. 146). Bruce Fogle, un veterinario británico, también aporta una explicación a este fenómeno en una línea más psicoanalítica: “(...) el perro proporciona parte del consuelo instintivo que la madre proporcionaba en la edad más temprana y que se basaba en el tacto. (...) De forma inconsciente, el perro aporta el mismo sentimiento de seguridad que la madre proporcionó durante los primeros dieciocho meses de vida.” (Fogle, 1999, p. 16). A pesar de la importancia que parece tener la relación y estimulación táctil en la población geriátrica, tan sólo algunos autores la han tenido presente en sus estudios (Bustad y Hines, 1993; David, 1998 y  Fogle, 1999).

Otra idea en la que coinciden residentes y trabajadores, aunque en menor porcentaje (6,6%), es que la presencia de los animales en la residencia ha provocado un aumento significativo de las visitas de los familiares. Algunos autores (Savishinsky, 1985) ya habían hecho esta observación y habían propuesto una explicación más elaborada al respecto: “Cuando los parientes visitan a los [ancianos] internos en presencia de los animales, éstos últimos ayudan a suavizar el proceso de interacción entre ellos y los parientes residentes” (ibídem, p. 112). Cabe tener en cuenta que, en nuestro estudio, los trabajadores además de observar el aumento de la frecuencia de visitas (4,5%), también han podido apreciar un aumento de la duración de las visitas realizadas por los familiares (1,7%).

El aspecto lúdico y el aspecto estético  también ha sido mencionado de una manera común por ambas muestras, obteniendo un 7,6% y 7,5% respectivamente del total de ideas compartidas. Podemos observar que el porcentaje de estas unidades de análisis es significativamente mayor en los residentes que en trabajadores. Esto quiere decir que las funciones de los animales como elemento lúdico y estético, aunque no pasan desapercibidas para los trabajadores, tienen una mayor importancia desde el punto de vista de la población anciana. También en el estudio de Lago et al. (1993) un 26,7% nada despreciable de opiniones valoraba la diversión que proporcionan los animales de compañía.

Respecto a la categoría “Realizo/Realizan conductas” (5% del total de ideas coincidentes) hubiera sido posible unirlo al ítem “Hablo/Hablan con ellos”, considerando así la relación verbal como una conducta más realizada con los animales, pero hemos preferido codificarlas por separado por la especificidad que creemos tiene la conducta verbal. Las conductas que realizan los ancianos son varias, pero quizá la más significativa es la de guardar parte de su propia comida, aún sabiendo que les está prohibido hacerlo, para darla posteriormente a los animales, que engullirán alegremente el precioso alimento. Para comprender e interpretar esta conducta quizás pueda ayudarnos la siguiente idea de Konrad Lorenz. Él afirma que “(...) cuando las personas están solas, los animales pasan a ser los seres a los que cuidar” (Lorenz, 1990). También otros autores (Fogle, 1999) nos hablan de la necesidad innata que sienten las personas de cuidar a otros seres vivos durante toda su vida, a diferencia de los animales. Cuando los hijos crecen, a los progenitores les queda un vacío difícil de llenar que, a menudo, es fuente de no pocos padecimientos. A esto se añade que la necesidad de cuidar y proteger a otros seres queda insatisfecha. Aquí es donde Bruce Fogle lanza su hipótesis explicativa: “(...) los perros permanecen física y mentalmente infantiles para siempre, lo que constituye un ingenioso paso evolutivo para desencadenar en la gente el instinto de cuidado y protección” (Fogle, 1999, p. 13).

Sea cual fuere la explicación a este hecho, lo cierto es que para los residentes el realizar estas conductas es algo beneficioso en la medida que evita el ensimismamiento y supone una movilización de la afectividad y de la propia actividad. A pesar de tratarse únicamente de un dato anecdótico, vale la pena recordar la descripción fascinante que hace Brickel de uno de sus pacientes: “Varón de 75 años con enfermedad degenerativa (...). Ha perdido por completo la habilidad de cuidarse, como consecuencia del deterioro gradual de su cerebro (...). Siempre me correspondía con un silencio y la mirada de sus ojos almendrados parecía traspasarme (...). ¿Qué estimulaba, sin embargo, a este paciente, normalmente disfuncional, a guardar restos de comida para los gatos que vivían en el pabellón?”  (Brickel, 1985, p. 32).

La conducta verbal, codificada en la unidad de análisis “Hablo/Hablan con ellos” supone el 4,2% de ideas comunes a residentes y trabajadores. Aquí puede ser oportuno introducir una observación interesante. Todas, excepto una de las ideas de los ancianos residentes fueron repetidas por los trabajadores y, por lo tanto, se englobaron en la lista final de aspectos positivos comunes a los dos grupos. Esa única idea comunicada exclusivamente por la muestra de ancianos hacía referencia a que los animales “Nos conocen/Nos entienden” y obtenía un 12,6% del total, colocándose en el cuarto aspecto percibido como más beneficioso por los residentes. Creemos que no es en absoluto descabellado relacionar, desde una coherencia semántica, estos dos ítems: “Hablo con ellos” y “Nos conocen/Nos entienden”. En efecto, si los ancianos hablan con los animales es porque creen firmemente que, de alguna manera, ellos los reconocen y los entienden. 

También aquí encontramos literatura en la que apoyar y confirmar nuestros resultados. En un estudio realizado en 1983 por Friedmann et al. (1993) a 120 propietarios de perros, todos ellos clientes de una clínica veterinaria, el 98% afirmaba hablar diariamente con sus mascotas y el 80% creía firmemente que los animales entienden y son sensibles a los estados de humor de las personas. También en un estudio paralelo, realizado a 36 pacientes hospitalizados y dueños de animales de compañía, el 100% decía hablar con ellos asiduamente y el 89% aseguraba creer que sus mascotas son extraordinariamente sensibles a los humores de sus dueños. “A menudo las personas hablan a sus animales y a veces se confiesan con ellos de una manera regular. Muchas veces esto puede ser de una gran ayuda. Es como si el animal actuara como consejero” (Sheldrake, 2001, p. 124). Lo más importante, de hecho, es que la persona se sienta subjetivamente comprendida y aliviada, independientemente del nivel de comprensión empática real que le pueda proporcionar su interlocutor. “Las personas pueden experimentar beneficios emocionales con sólo limitarse a decir -¡Qué dura es la vida! ¿Verdad, Ben?-, sin que Ben tenga necesariamente que responder. (...) En realidad, es posible que Ben no tenga la menor idea de los problemas emocionales de su dueño, pero eso no tiene importancia; el dueño siente que Ben le comprende y eso es lo que cuenta.” (Fogle, 1999, p. 35). Fogle aporta una pizca de humor a la reflexión, al tiempo que nos propone una perspectiva más llana, al preguntarse por boca de un perro: “Lo único que hago es estar ahí sentado mirando al vacío. ¿Por qué creen entonces que entiendo perfectamente el lenguaje humano?” y él mismo se da una respuesta no menos ingeniosa: “Como los perros son muy educados y no desean ofender, igual que los japoneses bien educados, se quedan ahí sentados con los ojos muy abiertos y atentos, absorbiendo cada palabra, aparentando entenderlo todo.” (ibídem, p. 69). Lo cierto es que hay evidencias de que el mero hecho de facilitar la expresión de los sentimientos de los ancianos puede aliviarles y resultarles terapéutico y ellos también lo creen así.

Rupert Sheldrake nos habla en su obra de múltiples ejemplos de perros, gatos y otros animales que han llegado a realizar verdaderas heroicidades con sus amos (Sheldrake, 2001). Él postula la existencia de una cierta percepción extrasensorial (PES) en algunos animales, que pueden llegar a desarrollar extraordinariamente en la relación con sus dueños (ver sitio web www.sheldrake.org ). “Muchos perros también parecen saber cuándo sus amos están enfermos y se comportan con gran consideración, se quedan cerca de ellos y tienen una conducta verdaderamente reconfortante” (ibídem, p. 121). A Vladimir Bechterev parece que ya le despertó la curiosidad el tema hace más de diez décadas y llegó a la siguiente conclusión: “La conducta de los animales, sobre todo la de los perros amaestrados para obedecer, puede estar directamente influida por la sugestión mental” (Bechterev, 1949, p. 176). Sea cual fuere la explicación científica de este hecho, es evidente el efecto terapéutico que parece tener para los ancianos el tener un confidente animal y sentirse comprendido por él.

Finalmente, otras unidades de análisis comunes de menor incidencia en el discurso, aunque no por ello despreciables, fueron “Estimula el paseo” (3,5%), “Me gusta mirarlos” (2,7%) y “Difusión pública” (2,3%). También algunos estudios (por ejemplo, Messent, 1993) atestiguan que, en el ámbito geriátrico, los animales benefician al propietario incrementando el ejercicio físico y realizando paseos más largos. Parece ser que una de las mayores ventajas de tener perros en el ámbito geriátrico en lugar de gatos es el ejercicio físico del que se benefician los dueños de perros.

Por otra parte, tenemos una serie de aspectos mencionados únicamente en el discurso de los trabajadores (ver Tabla 4). En general se trata de ideas y reflexiones más elaboradas, perceptibles tan sólo con una cierta perspectiva histórica o con relativa distancia óptima. Por ejemplo, los residentes quizás no tienen tanta facilidad para recordar la situación previa a la introducción de los animales o les es imposible establecer comparaciones entre el antes y el después. Este es el motivo por el cual el personal de la residencia se convierte en observador privilegiado. La idea más repetida exclusivamente en el discurso de los trabajadores entrevistados y clasificada en primer lugar es que la presencia de los animales ha supuesto un “Aumento de la motivación/ilusión” para los ancianos (23% de las unidades de análisis comunicadas exclusivamente por el personal), seguida por la opinión que los perros “Estimulan ejercicio físico” (12,4%) y que “Aumenta la comunicación” entre los residentes (11,3%).

La siguiente unidad de análisis sí que nos parece oportuno comentarla más ampliamente, no tanto por su elevada incidencia en el conjunto total de ideas, sino por la importancia que creemos puede tener. Un 10,2% de ideas del discurso de los trabajadores hacía referencia a que los animales suponen un cierto “objeto de sentido” para los residentes. “Existen numerosos ejemplos en que los pacientes, normalmente sin interés alguno, descubren un nuevo afán por la vida después de la visita del perro” (Cusack, 1991, p. 154). Este aspecto adquiere una relevancia muy especial en el ámbito de la atención psicogeriátrica ya que, paralelamente al cuidado médico-sanitario existe una serie de necesidades, como por ejemplo la soledad, el aislamiento, la frustración o la falta de sentido, que se descuidan fácilmente en ancianos institucionalizados. “El cuidado tradicional es perjudicial, ya que se ve a los residentes como personas enfermas que representan un rol pasivo” (ibídem, p. 154).

Son varios los autores que coinciden en resaltar el incremento significativo del comportamiento prosocial y la afectividad interpersonal en usuarios de TAAC (Beck y Katcher, 1984), así como también las relaciones más fluidas en el trato con otros residentes y personal, que los animales parecen proporcionar a los ancianos. A este fenómeno se le ha dado el nombre de “catalizador vinculante”, “lubricante social” o simplemente, “facilitador de las relaciones” (Messent, 1993). El 8,2% de ideas expresadas únicamente por el personal  hacen referencia a ello.

La adquisición de hábitos (7,1%) y la reminiscencia (5,1%) son dos más de las observaciones que los trabajadores constatan acerca de la TAAC. Al respecto de la primera, Allen y Burdon nos dicen que “(...) los perros ejercen una influencia estabilizadora en las vidas de los residentes. Los animales son como un icono de constancia en un mundo impredecible”. (Allen y Burdon, 1982, p. 42). Acerca de la reminiscencia, es decir, el recuerdo de cosas casi olvidadas por los ancianos, también los animales pueden ayudar a evocar memorias de la niñez y otras etapas de la vida y, todo esto, contribuir al proceso positivo de integración de recuerdos (Cusack, 1991).

Al comentar el siguiente ítem es interesante recordar la acertada observación de Laura Anzizu: “Lo que en un principio se planteó como un elemento terapéutico para los residentes se ha convertido también en un factor de dinamización y motivación para los trabajadores” (Anzizu, 1999). Efectivamente, en el discurso de los propios trabajadores se constata esta idea y aparece desglosada en dos categorías diferentes: “Aumento unión entre trabajadores” (6,0%) y “Aumento motivación entre trabajadores” (4,0%). Finalmente, algunas ideas que han surgido casi en forma de datos anecdóticos en el relato de los trabajadores son las siguientes: “Fomentan la creatividad artística” (2,0%), “Aumento de la relación interpersonal” (2,0%), “Aumento del buen humor” (2,0%) y “Reducen la ansiedad” (1,0%).

Decíamos al principio que la clasificación dicotómica en que hemos presentado las unidades de análisis no es del todo correcta en cuanto a lo reduccionista que parece ser. A lo que no hemos considerado aspectos positivos o terapéuticos del discurso de los usuarios, lo hemos clasificado como “limitaciones”, pero sería perfectamente posible llamarle también “retos”, “sugerencias”, “sentimientos generados” o “aspectos a mejorar”. También se ha comentado anteriormente que, mientras que en los aspectos considerados terapéuticos hay un cierto consenso entre ancianos y trabajadores, parece no existir este acuerdo al hablar de las limitaciones de la TAAC (r=0,0024). A pesar de ello sí que hemos encontrado varios aspectos coincidentes en los discursos de uno y otro grupo de análisis (ver Tabla 5). El primer aspecto común que parece provocar disconformidad es que el perro multiplica la necesidad de higiene (33,5%), especialmente en etapas concretas (caída del pelo, deposiciones iniciales incontrolables). A pesar de todo, este tipo de quejas figuran más en el discurso como un recuerdo anecdótico de los primeros meses de la experiencia que como una molestia vigente. 

En el segundo lugar de la clasificación común (21,2%) figura el sentimiento de impotencia experimentado por algunos de los residentes al no poder ocuparse del mantenimiento del animal, a pesar de desearlo. En efecto, hay que tener en cuenta que la disminución del vigor físico del anciano se convierte en una desventaja para realizar una amplio abanico de actividades en relación con el animal y los residentes parecen acusar esta impotencia. Uno y otro grupo consideran este aspecto como una limitación importante de la TAAC. También en el estudio de Lago et al. (1993), anteriormente mencionado, un 19,6% de los ancianos encuestados hablaron de la responsabilidad excesiva que supone la posesión de un animal y de la incapacidad que experimentan para hacerlo. 

El 19,4% de opiniones comunes de nuestro estudio hace referencia al desorden y a los pequeños destrozos ocasionados por los animales. Este aspecto, como decíamos al inicio, a pesar de figurar en forma de queja, no tiene porque ser algo negativo ya que, al mismo tiempo, puede ser un motivo para mantener al anciano en un cierto estado de alerta constante. Lago et al. (1993) cifraron en 10,7% el porcentaje de dueños que tenían quejas por los destrozos y el desorden que causan sus animales.

En 1983, Ory y Goldberg (1993) llevaron a cabo un estudio sobre satisfacción de vida de ancianos propietarios de animales de compañía en el que, paradójicamente, demostraron que poseer un animal no implica necesariamente una mayor felicidad o bienestar subjetivo. De esta manera, pudieron comprobar que lo que sí tiene una importancia fundamental en la percepción de la felicidad no es tanto la mera posesión sino el vínculo que el dueño es capaz de establecer con su mascota. Nadie mejor que Saint-Exupéry (1946) ha sido capaz de describir con tanta belleza este íntimo vínculo que una persona puede llegar a establecer con un animal. Se trata del encuentro mágico entre el Principito y su pequeño amigo el zorro: “(...) Tu todavía no eres para mí más que un niño idéntico a otros cien mil niños. Yo no tengo necesidad de ti. Y tú tampoco tienes necesidad de mí. Yo no soy para ti más que un zorro idéntico a otros cien mil zorros. Pero si tú me domesticas, tendremos la necesidad el uno del otro. Tú serás para mi único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo (...). Tú tienes el cabello dorado. Entonces, cuando me hayas domesticado, será maravilloso, porque el trigo, que también es dorado, me recordará a ti.” (ibídem, 68, la traducción es nuestra).  Esta relación tan estrecha con otro ser (una persona o, en su defecto, un animal) sí que parece tener una incidencia altamente terapéutica en la población anciana cuando se dan las condiciones óptimas. Algunos autores, incluso, equiparan esta vivencia de tener mutua necesidad de alguien a las necesidades humanas más fundamentales. “Las [necesidades] primarias son el alimento, el calor y, al mismo nivel, la compañía y el hecho de ser necesitado por alguien. Los perros son beneficiosos para la salud de las personas porque los perros necesitan a las personas.”    (Fogle, 1999, p. 90).

Este mismo vínculo afectivo constituye un factor protector contra acontecimientos angustiosos y estresantes e, incluso, redunda en una mayor posibilidad de supervivencia. Uno de los primeros estudios epidemiológicos sobre la TAAC, realizado en 1980, demostró que el 94% de pacientes hospitalizados por infarto de miocardio y que poseían animales de compañía seguían con vida un año después de ser dados de alta, mientras que sólo el 72% de estos enfermos post-hospitalizados y sin animales de compañía alcanzó un año de vida después de abandonar el hospital (Friedmann et al., 1980). De todas maneras, lo que sí parecen añorar nuestros entrevistados es el sentimiento de ser únicos en el mundo para alguien. Residentes y trabajadores afirman (14,7%) que los animales son demasiado independientes o desobedientes como para llegar a establecer un verdadero vínculo terapéutico. Y esta opinión se completa con la idea que ha aparecido con más frecuencia en el discurso exclusivo de los trabajadores (58,3%): los residentes tienen poca relación con el animal. A pesar de que la mayoría de mascotas están unidas a sus dueños por una especie de lazo invisible (Sheldrake, 2001), con los animales de la residencia no es posible esto por la gran cantidad de personas que allí viven. Esto, precisamente, puede provocar conflictos interpersonales o, incluso, celos entre los residentes (11,1%). Y únicamente el personal apunta algunas soluciones al respecto: “Falta adiestramiento de los animales” (23,2%) y “Faltan terapias dirigidas” (18,4%).

Como conclusión final, y ya a modo de síntesis, señalar que, a pesar de que las TAAC pueden ser altamente beneficiosas en diferentes tipos de poblaciones, creemos que lo son de una manera muy especial en la ancianidad, ya que el vínculo con los animales de compañía parece ser más fuerte y profundo que a otras edades  (Bustad y Hines, 1993). Esto es así por las características y problemáticas concretas que presenta este tipo de población (soledad, aislamiento, falta de motivación, rutina de las instituciones). También podemos afirmar que, según el discurso de los usuarios de “Parc Serentill”, los animales son un elemento muy valorado tanto por los trabajadores como por los residentes ya que, de alguna manera, satisfacen necesidades o carencias que presentan las personas mayores. Estas necesidades “alternativas” (necesidad de sentirse útil, contacto físico y estimulación táctil, afectividad, comunicación, necesidad de encontrar un sentido a la vida, necesidad de cuidar a alguien) en no pocas instituciones se descuidan, bien sea por desconocimiento, dificultad de dar una respuesta operativa o, simplemente, por seguir una ética de mínimos.

Por otra parte, la posibilidad de que este estímulo animal sea algo permanente y habitual en el entorno diario de la residencia parece ser mucho más positivo que si, por el contrario, se realizara en forma de contactos o visitas periódicas (Jendro y Watson, 1984). La opinión de que puede ser conveniente una formación específica de los perros para aprender a actuar como facilitadores terapéuticos parece tener bastante fuerza en el discurso de los trabajadores. 

No corresponde a este estudio encontrar una explicación complexiva al porqué los perros tienen un papel beneficioso en la salud de las personas. Quizás líneas de investigación futuras podrían tomar el relevo por esta vía. Sí que apuntamos, de modo breve y para completar la exposición, algunas explicaciones hipotéticas al respecto. La primera de ellas nos propone ver al animal como un elemento de cambio a una vida más saludable. “En mi opinión, lo que reduce los problemas de salud menores no es el perro en sí mismo, sino el cambio de estilo de vida que representa el hecho de tener un perro”, afirma Fogle, 1999, (p. 87). También es cierto que, de alguna manera, todo aquello que tiene relación con la naturaleza presenta un efecto curativo sobre el cuerpo y la mente humanos. Finalmente, no debemos olvidar que el animal no es más que un complemento y puede actuar como sustituto en determinadas ocasiones, pero nunca puede ser sustituible o equiparable a la relación humana. “El apoyo social de otras personas es más beneficioso para la salud de la gente. La única razón por la que los perros han sustituido a las personas en este papel es porque las personas han perdido u olvidado lo importante que es el apoyo de la familia y los amigos.” (ibídem, p. 135).

Sirva de guinda final la siguiente frase que recoge todo lo dicho hasta ahora, sintetiza el conjunto de ideas de los usuarios entrevistados y nos deja el camino abierto a nuevas y futuras aportaciones: “Hay evidencia abrumadora de que los animales nos hacen más felices, sanos y sociables, y la investigación sólo acaba de comenzar” (Cusack, 1991,   p. 13).


 
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