Discusión
“Si
tu viens, par exemple, à quatre heures de l´après-midi,
dès
trois heures je commencerai d´être hereux”.
(Saint-Exupéry,
1946)
¿Quién
no se ha sentido alguna vez fascinado y encantado con la escena mágica
del encuentro entre el Principito y el pequeño zorro? ¿Quién
no ha sentido alguna vez cierta curiosidad por saber por qué
este Pequeño Príncipe, a pesar de conocer a diferentes
personas en su viaje a La Tierra, únicamente entabló
una profunda amistad con un animal? (Saint-Exupéry, 1946).
A lo largo de estas líneas comentaremos los motivos que tienen
los usuarios de “Parc Serentill” para sentir esa misma amistad y fascinación
por sus animales y los beneficios que afirman aportarles.
Scott y Wertheimer
(1981) aconsejan que, en una investigación de tipo exploratorio
es conveniente calificar los resultados en términos de “claridad”
o “ambigüedad”. Siguiendo este consejo podemos, sin temor a equivocarnos,
hablar de una claridad en los resultados que hemos obtenido, tanto
en sí mismos, como en relación con otros estudios de
temática paralela.
De los resultados
presentados, lo primero que podemos observar aún sin necesidad
de entrar a analizar el contenido es que el discurso de los trabajadores
es más extenso que el de los ancianos. En relación a
los aspectos percibidos como positivos de la TAAC, los residentes
expresaron una media de 11,8 unidades de análisis (o ideas)
por persona (ver Tabla 1), mientras que los trabajadores alcanzaron
una media de 17,9 unidades de análisis por persona (ver Tabla
2). Por otra parte, las ideas percibidas como negativas o limitaciones
de las TAAC fueron expresadas por los ancianos en una media de 1,3
unidades de análisis por persona y 6 ideas/persona en el caso
de la muestra de trabajadores.
Una segunda
conclusión, igualmente obvia, podría ser la siguiente:
las ideas positivas superan notablemente en número a las ideas
negativas en el discurso de los usuarios. La proporción exacta
es de 1,1 unidades de análisis negativas por cada 10 unidades
positivas en el caso de los ancianos y 3,3 ideas negativas por cada
10 positivas en el discurso de los trabajadores. Aún así,
cabe tener en cuenta que la dicotomía entre aspectos positivos
y negativos no presupone una barrera infranqueable sino una clasificación
perfectamente permeable, ya que algunos ítems clasificados
como negativos pueden tener repercusiones igualmente terapéuticas
en la vida de los residentes. Por ejemplo, las quejas por desorden
y los pequeños destrozos ocasionados por los animales, si bien
se expresa en forma de desacuerdo, puede igualmente tratarse de un
aspecto potencialmente terapéutico, al constituir un elemento
distorsionador de la monotonía de la residencia y, de esta
manera, mantener al anciano en un nivel de alerta y actividad superior
al habitual.
Por otra parte,
los ítems clasificados como negativos o limitaciones no son
en absoluto motivos perjudiciales o potencialmente dañinos
en ningún aspecto sino que, en cierta manera, los podemos considerar
como sugerencias para mejorar la calidad de vida de los usuarios.
En este primer aspecto coincidimos con los autores que afirman que
los animales de compañía proporcionan beneficios significativos
en la vida de los ancianos y no causan el menor daño (Cusack,
1991). Para sostener esta afirmación nos apoyamos en resultados
de estudios como el de Stryler-Gordon, Beall y Anderson (1985), que
informaron que de cada 1000 accidentes producidos en residencias geriátricas
que poseen animales de compañía tan sólo 4,5
tenían relación con los animales, es decir, el riesgo
de que los animales constituyan un motivo perjudicial para los ancianos
se puede cuantificar aproximadamente en un 0,45%. De esta manera,
se respeta la máxima médica de la no maleficencia, es
decir, en el caso de que la mejora no sea posible, lo fundamental
es no perjudicar al paciente.
Y todavía
antes de entrar a abordar los resultados obtenidos sí que cabe
clarificar, o por lo menos intentar llegar a un acuerdo sobre qué
queremos decir cuando hablamos de terapia asistida por animales de
compañía (TAAC) o terapia facilitada por animales de
compañía (TFAC). En realidad no existe una definición
consensuada pero todos entendemos que al hablar de TAAC o TFAC nos
referimos al uso de animales de compañía como ayuda
o complemento terapéutico. Nosotros queremos considerar esta
definición en su sentido más amplio, entendiendo que
la simple exposición de la población geriátrica
a los animales es potencialmente terapéutica, ya que esta mera
exposición se convierte inmediatamente en interacción
y creemos que puede producir resultados positivos significativos (Beck
y Katcher, 1984). En este sentido apoyamos la opinión de Cusack
cuando se niega a poner límites a la TAAC. “Discrepo de los
críticos que insisten en que la utilización recreativa
de los animales no se puede llamar terapia (...). La terapia puede
ser tan simple como acariciar al animal (...)”. (Cusack, 1991,
p. 237).
Entrando ya
en el análisis de los resultados obtenidos podemos fijarnos,
en primer lugar, en el coeficiente de correlación lineal (r)
obtenido entre la percepción de aspectos positivos por parte
de ancianos y por parte de trabajadores, cuyo valor es de 0,5372 (ver
Anexo 5). Teniendo en cuenta que r es -1<r<1 podemos interpretar
que se trata de una correlación positiva y suficientemente
significativa. Esto quiere decir que existe una coincidencia notable
entre aquello que los ancianos y los trabajadores de “Parc Serentill”
creen que es positivo en la TAAC. Por otra parte, no podemos afirmar
lo mismo en el caso de las limitaciones percibidas entre uno y otro
grupo. El valor del coeficiente de correlación es de 0,0024
en el caso de las opiniones negativas (ver Anexo 6). Por lo tanto,
de aquí podemos inferir que el grado de acuerdo es casi inexistente
entre ancianos y trabajadores cuando les pedimos que nos hablen de
aspectos a mejorar en la TAAC.
Si nos fijamos
en el conjunto de ideas coincidentes (ver Tabla 3), podemos comprobar
que la opinión más repetida tanto en la muestra de ancianos
como en la de trabajadores es que los animales suponen una distracción
importante para los residentes, ya que este ítem supone un
20,8% de las ideas comunes a los dos grupos. No es difícil
imaginar la importancia de un elemento distractor en el marco de una
residencia geriátrica, especialmente teniendo en cuenta que
los estímulos distractores y provocativos son mínimos.
Laura Anzizu nos hace una descripción perfecta de esta situación:
“Los ancianos de la residencia pasan muchas horas del día sentados
en sillas de ruedas, delante de las vidrieras del jardín, y
lo que veían antes de la llegada de los perros era sólo
el jardín, siempre quieto, siempre igual” (Anzizu, 1999).
La idea que
ocupa el segundo lugar en la clasificación es que los animales
constituyen un vehículo de expresión de afecto para
los ancianos, con un 18,0% de las unidades de análisis comunes.
Cabe tener en cuenta que distracción y afectividad son dos
ideas que podemos triangular perfectamente, a nivel semántico,
con el concepto de compañía, a pesar de haber obtenido
éste último únicamente un 4,9% de las ideas coincidentes
expresadas. En un estudio realizado en 1980 por Lago, Knight y Connell
(1993), en el cual se indagaba la percepción de ventajas y
desventajas de la posesión de animales de compañía
entre ancianos rurales de Pennsylvania, un 73,2% de los propietarios
hacía referencia al compañerismo y la amistad proporcionada
por el animal, y un 32,1% hablaba del animal como un paliativo de
la soledad. Igualmente, en una encuesta a propietarios de animales
de compañía realizada por Adell-Bath et al. en 1979
(Katcher y Beck, 1993) el 51% de intervenciones afirmaban que el perro
supone un vehículo importante de afectividad y 71% de encuestados
en 1983 por Quigley et al. (1993) expresaban que el compañerismo
es la mayor ventaja de la posesión de animales de compañía,
seguida por la afectividad, con un 53% de las opiniones obtenidas.
Todo esto
nos hace concluir que las principales ideas percibidas como positivas
por la muestra de ancianos y trabajadores de “Parc Serentill” están
en perfecta armonía con los resultados obtenidos en anteriores
estudios en cuanto a ventajas de la posesión de animales de
compañía en diferentes poblaciones geriátricas.
“Los animales de compañía nunca pueden sustituir a las
personas pero sí que pueden satisfacer la necesidad de compañía”,
puntualizaba Lynch (1979, p. 147).
El siguiente
ítem a comentar, con un 11,4% de opiniones coincidentes, se
refiere a la vigilancia o seguridad subjetiva percibida por los residentes.
Aquí es interesante fijarse en el porcentaje de unidades de
análisis desglosado en ancianos y trabajadores. Del conjunto
total de ideas expresadas por los residentes, el 14,0% (ocupando el
tercer lugar de la clasificación) hacía referencia a
la seguridad y la vigilancia proporcionada por los animales en el
caso, por ejemplo, de entrar intrusos en la residencia u otros peligros
potenciales, mientras que tan sólo en un 1,1% de las intervenciones
de los trabajadores se le daba importancia a la vigilancia de los
perros, colocándose ésta en el lugar 13.
Cabe tener
en cuenta, además, que cuando los trabajadores hablan de seguridad
se refieren al sentimiento subjetivo de seguridad que los perros proporcionan
a los residentes. Es éste el motivo de distinguir entre “vigilancia”
y “seguridad subjetiva”, a pesar de considerarlos como una única
categoría. En el estudio de Quigley et al. (1993), realizado
en Minnesota y anteriormente mencionado, la idea de protección
aparecía en un 36% de las intervenciones, y en la muestra de
ancianos de Pennsylvania (Lago et al., 1993) un 30,3% de los encuestados
afirmaban que los animales les proporcionaban un firme sentimiento
de seguridad.
Al hablar
de la relación táctil que los ancianos establecen con
los animales (“Me/Les gusta tocarlos”, con un 8,8% de unidades de
análisis comunes), no podemos dejar de hacer referencia a Phyllis
K. Davis, psicóloga estadounidense, que insiste en la importancia
vital del contacto físico en las relaciones humanas y afirma
que tocar no es sólo un estímulo placentero sino una
necesidad biológica (Davis, 1998). “Yo definiría el
contacto táctil como el sentimiento de satisfacción
producido por el contacto entre dos pieles. Puede ser calmante, curativo,
cariñoso, afectivo, consolador o donante de seguridad. Puede
adoptar la forma de roce, palmadas, masaje, caricias o bien de mecer,
abrazar o sostener” (ibídem, p. 36). Davis se aventura a proponer
una explicación bioquímica: “La estimulación
táctil y las emociones pueden influir sobre las endorfinas,
hormonas naturales del cuerpo que atenúan el dolor y aumentan
la sensación de bienestar” (ibídem, p. 146). Bruce Fogle,
un veterinario británico, también aporta una explicación
a este fenómeno en una línea más psicoanalítica:
“(...) el perro proporciona parte del consuelo instintivo que la madre
proporcionaba en la edad más temprana y que se basaba en el
tacto. (...) De forma inconsciente, el perro aporta el mismo sentimiento
de seguridad que la madre proporcionó durante los primeros
dieciocho meses de vida.” (Fogle, 1999, p. 16). A pesar de la importancia
que parece tener la relación y estimulación táctil
en la población geriátrica, tan sólo algunos
autores la han tenido presente en sus estudios (Bustad y Hines, 1993;
David, 1998 y Fogle, 1999).
Otra idea
en la que coinciden residentes y trabajadores, aunque en menor porcentaje
(6,6%), es que la presencia de los animales en la residencia ha provocado
un aumento significativo de las visitas de los familiares. Algunos
autores (Savishinsky, 1985) ya habían hecho esta observación
y habían propuesto una explicación más elaborada
al respecto: “Cuando los parientes visitan a los [ancianos] internos
en presencia de los animales, éstos últimos ayudan a
suavizar el proceso de interacción entre ellos y los parientes
residentes” (ibídem, p. 112). Cabe tener en cuenta que, en
nuestro estudio, los trabajadores además de observar el aumento
de la frecuencia de visitas (4,5%), también han podido apreciar
un aumento de la duración de las visitas realizadas por los
familiares (1,7%).
El aspecto
lúdico y el aspecto estético también ha
sido mencionado de una manera común por ambas muestras, obteniendo
un 7,6% y 7,5% respectivamente del total de ideas compartidas. Podemos
observar que el porcentaje de estas unidades de análisis es
significativamente mayor en los residentes que en trabajadores. Esto
quiere decir que las funciones de los animales como elemento lúdico
y estético, aunque no pasan desapercibidas para los trabajadores,
tienen una mayor importancia desde el punto de vista de la población
anciana. También en el estudio de Lago et al. (1993) un 26,7%
nada despreciable de opiniones valoraba la diversión que proporcionan
los animales de compañía.
Respecto a
la categoría “Realizo/Realizan conductas” (5% del total de
ideas coincidentes) hubiera sido posible unirlo al ítem “Hablo/Hablan
con ellos”, considerando así la relación verbal como
una conducta más realizada con los animales, pero hemos preferido
codificarlas por separado por la especificidad que creemos tiene la
conducta verbal. Las conductas que realizan los ancianos son varias,
pero quizá la más significativa es la de guardar parte
de su propia comida, aún sabiendo que les está prohibido
hacerlo, para darla posteriormente a los animales, que engullirán
alegremente el precioso alimento. Para comprender e interpretar esta
conducta quizás pueda ayudarnos la siguiente idea de Konrad
Lorenz. Él afirma que “(...) cuando las personas están
solas, los animales pasan a ser los seres a los que cuidar” (Lorenz,
1990). También otros autores (Fogle, 1999) nos hablan de la
necesidad innata que sienten las personas de cuidar a otros seres
vivos durante toda su vida, a diferencia de los animales. Cuando los
hijos crecen, a los progenitores les queda un vacío difícil
de llenar que, a menudo, es fuente de no pocos padecimientos. A esto
se añade que la necesidad de cuidar y proteger a otros seres
queda insatisfecha. Aquí es donde Bruce Fogle lanza su hipótesis
explicativa: “(...) los perros permanecen física y mentalmente
infantiles para siempre, lo que constituye un ingenioso paso evolutivo
para desencadenar en la gente el instinto de cuidado y protección”
(Fogle, 1999, p. 13).
Sea cual fuere
la explicación a este hecho, lo cierto es que para los residentes
el realizar estas conductas es algo beneficioso en la medida que evita
el ensimismamiento y supone una movilización de la afectividad
y de la propia actividad. A pesar de tratarse únicamente de
un dato anecdótico, vale la pena recordar la descripción
fascinante que hace Brickel de uno de sus pacientes: “Varón
de 75 años con enfermedad degenerativa (...). Ha perdido por
completo la habilidad de cuidarse, como consecuencia del deterioro
gradual de su cerebro (...). Siempre me correspondía con un
silencio y la mirada de sus ojos almendrados parecía traspasarme
(...). ¿Qué estimulaba, sin embargo, a este paciente,
normalmente disfuncional, a guardar restos de comida para los gatos
que vivían en el pabellón?” (Brickel, 1985, p.
32).
La conducta
verbal, codificada en la unidad de análisis “Hablo/Hablan con
ellos” supone el 4,2% de ideas comunes a residentes y trabajadores.
Aquí puede ser oportuno introducir una observación interesante.
Todas, excepto una de las ideas de los ancianos residentes fueron
repetidas por los trabajadores y, por lo tanto, se englobaron en la
lista final de aspectos positivos comunes a los dos grupos. Esa única
idea comunicada exclusivamente por la muestra de ancianos hacía
referencia a que los animales “Nos conocen/Nos entienden” y obtenía
un 12,6% del total, colocándose en el cuarto aspecto percibido
como más beneficioso por los residentes. Creemos que no es
en absoluto descabellado relacionar, desde una coherencia semántica,
estos dos ítems: “Hablo con ellos” y “Nos conocen/Nos entienden”.
En efecto, si los ancianos hablan con los animales es porque creen
firmemente que, de alguna manera, ellos los reconocen y los entienden.
También
aquí encontramos literatura en la que apoyar y confirmar nuestros
resultados. En un estudio realizado en 1983 por Friedmann et al. (1993)
a 120 propietarios de perros, todos ellos clientes de una clínica
veterinaria, el 98% afirmaba hablar diariamente con sus mascotas y
el 80% creía firmemente que los animales entienden y son sensibles
a los estados de humor de las personas. También en un estudio
paralelo, realizado a 36 pacientes hospitalizados y dueños
de animales de compañía, el 100% decía hablar
con ellos asiduamente y el 89% aseguraba creer que sus mascotas son
extraordinariamente sensibles a los humores de sus dueños.
“A menudo las personas hablan a sus animales y a veces se confiesan
con ellos de una manera regular. Muchas veces esto puede ser de una
gran ayuda. Es como si el animal actuara como consejero” (Sheldrake,
2001, p. 124). Lo más importante, de hecho, es que la persona
se sienta subjetivamente comprendida y aliviada, independientemente
del nivel de comprensión empática real que le pueda
proporcionar su interlocutor. “Las personas pueden experimentar beneficios
emocionales con sólo limitarse a decir -¡Qué dura
es la vida! ¿Verdad, Ben?-, sin que Ben tenga necesariamente
que responder. (...) En realidad, es posible que Ben no tenga la menor
idea de los problemas emocionales de su dueño, pero eso no
tiene importancia; el dueño siente que Ben le comprende y eso
es lo que cuenta.” (Fogle, 1999, p. 35). Fogle aporta una pizca de
humor a la reflexión, al tiempo que nos propone una perspectiva
más llana, al preguntarse por boca de un perro: “Lo único
que hago es estar ahí sentado mirando al vacío. ¿Por
qué creen entonces que entiendo perfectamente el lenguaje humano?”
y él mismo se da una respuesta no menos ingeniosa: “Como los
perros son muy educados y no desean ofender, igual que los japoneses
bien educados, se quedan ahí sentados con los ojos muy abiertos
y atentos, absorbiendo cada palabra, aparentando entenderlo todo.”
(ibídem, p. 69). Lo cierto es que hay evidencias de que el
mero hecho de facilitar la expresión de los sentimientos de
los ancianos puede aliviarles y resultarles terapéutico y ellos
también lo creen así.
Rupert Sheldrake
nos habla en su obra de múltiples ejemplos de perros, gatos
y otros animales que han llegado a realizar verdaderas heroicidades
con sus amos (Sheldrake, 2001). Él postula la existencia de
una cierta percepción extrasensorial (PES) en algunos animales,
que pueden llegar a desarrollar extraordinariamente en la relación
con sus dueños (ver sitio web www.sheldrake.org ). “Muchos
perros también parecen saber cuándo sus amos están
enfermos y se comportan con gran consideración, se quedan cerca
de ellos y tienen una conducta verdaderamente reconfortante” (ibídem,
p. 121). A Vladimir Bechterev parece que ya le despertó la
curiosidad el tema hace más de diez décadas y llegó
a la siguiente conclusión: “La conducta de los animales, sobre
todo la de los perros amaestrados para obedecer, puede estar directamente
influida por la sugestión mental” (Bechterev, 1949, p. 176).
Sea cual fuere la explicación científica de este hecho,
es evidente el efecto terapéutico que parece tener para los
ancianos el tener un confidente animal y sentirse comprendido por
él.
Finalmente,
otras unidades de análisis comunes de menor incidencia en el
discurso, aunque no por ello despreciables, fueron “Estimula el paseo”
(3,5%), “Me gusta mirarlos” (2,7%) y “Difusión pública”
(2,3%). También algunos estudios (por ejemplo, Messent, 1993)
atestiguan que, en el ámbito geriátrico, los animales
benefician al propietario incrementando el ejercicio físico
y realizando paseos más largos. Parece ser que una de las mayores
ventajas de tener perros en el ámbito geriátrico en
lugar de gatos es el ejercicio físico del que se benefician
los dueños de perros.
Por otra parte,
tenemos una serie de aspectos mencionados únicamente en el
discurso de los trabajadores (ver Tabla 4). En general se trata de
ideas y reflexiones más elaboradas, perceptibles tan sólo
con una cierta perspectiva histórica o con relativa distancia
óptima. Por ejemplo, los residentes quizás no tienen
tanta facilidad para recordar la situación previa a la introducción
de los animales o les es imposible establecer comparaciones entre
el antes y el después. Este es el motivo por el cual el personal
de la residencia se convierte en observador privilegiado. La idea
más repetida exclusivamente en el discurso de los trabajadores
entrevistados y clasificada en primer lugar es que la presencia de
los animales ha supuesto un “Aumento de la motivación/ilusión”
para los ancianos (23% de las unidades de análisis comunicadas
exclusivamente por el personal), seguida por la opinión que
los perros “Estimulan ejercicio físico” (12,4%) y que “Aumenta
la comunicación” entre los residentes (11,3%).
La siguiente
unidad de análisis sí que nos parece oportuno comentarla
más ampliamente, no tanto por su elevada incidencia en el conjunto
total de ideas, sino por la importancia que creemos puede tener. Un
10,2% de ideas del discurso de los trabajadores hacía referencia
a que los animales suponen un cierto “objeto de sentido” para los
residentes. “Existen numerosos ejemplos en que los pacientes, normalmente
sin interés alguno, descubren un nuevo afán por la vida
después de la visita del perro” (Cusack, 1991, p. 154). Este
aspecto adquiere una relevancia muy especial en el ámbito de
la atención psicogeriátrica ya que, paralelamente al
cuidado médico-sanitario existe una serie de necesidades, como
por ejemplo la soledad, el aislamiento, la frustración o la
falta de sentido, que se descuidan fácilmente en ancianos institucionalizados.
“El cuidado tradicional es perjudicial, ya que se ve a los residentes
como personas enfermas que representan un rol pasivo” (ibídem,
p. 154).
Son varios
los autores que coinciden en resaltar el incremento significativo
del comportamiento prosocial y la afectividad interpersonal en usuarios
de TAAC (Beck y Katcher, 1984), así como también las
relaciones más fluidas en el trato con otros residentes y personal,
que los animales parecen proporcionar a los ancianos. A este fenómeno
se le ha dado el nombre de “catalizador vinculante”, “lubricante social”
o simplemente, “facilitador de las relaciones” (Messent, 1993). El
8,2% de ideas expresadas únicamente por el personal hacen
referencia a ello.
La adquisición
de hábitos (7,1%) y la reminiscencia (5,1%) son dos más
de las observaciones que los trabajadores constatan acerca de la TAAC.
Al respecto de la primera, Allen y Burdon nos dicen que “(...) los
perros ejercen una influencia estabilizadora en las vidas de los residentes.
Los animales son como un icono de constancia en un mundo impredecible”.
(Allen y Burdon, 1982, p. 42). Acerca de la reminiscencia, es decir,
el recuerdo de cosas casi olvidadas por los ancianos, también
los animales pueden ayudar a evocar memorias de la niñez y
otras etapas de la vida y, todo esto, contribuir al proceso positivo
de integración de recuerdos (Cusack, 1991).
Al comentar
el siguiente ítem es interesante recordar la acertada observación
de Laura Anzizu: “Lo que en un principio se planteó como un
elemento terapéutico para los residentes se ha convertido también
en un factor de dinamización y motivación para los trabajadores”
(Anzizu, 1999). Efectivamente, en el discurso de los propios trabajadores
se constata esta idea y aparece desglosada en dos categorías
diferentes: “Aumento unión entre trabajadores” (6,0%) y “Aumento
motivación entre trabajadores” (4,0%). Finalmente, algunas
ideas que han surgido casi en forma de datos anecdóticos en
el relato de los trabajadores son las siguientes: “Fomentan la creatividad
artística” (2,0%), “Aumento de la relación interpersonal”
(2,0%), “Aumento del buen humor” (2,0%) y “Reducen la ansiedad” (1,0%).
Decíamos
al principio que la clasificación dicotómica en que
hemos presentado las unidades de análisis no es del todo correcta
en cuanto a lo reduccionista que parece ser. A lo que no hemos considerado
aspectos positivos o terapéuticos del discurso de los usuarios,
lo hemos clasificado como “limitaciones”, pero sería perfectamente
posible llamarle también “retos”, “sugerencias”, “sentimientos
generados” o “aspectos a mejorar”. También se ha comentado
anteriormente que, mientras que en los aspectos considerados terapéuticos
hay un cierto consenso entre ancianos y trabajadores, parece no existir
este acuerdo al hablar de las limitaciones de la TAAC (r=0,0024).
A pesar de ello sí que hemos encontrado varios aspectos coincidentes
en los discursos de uno y otro grupo de análisis (ver Tabla
5). El primer aspecto común que parece provocar disconformidad
es que el perro multiplica la necesidad de higiene (33,5%), especialmente
en etapas concretas (caída del pelo, deposiciones iniciales
incontrolables). A pesar de todo, este tipo de quejas figuran más
en el discurso como un recuerdo anecdótico de los primeros
meses de la experiencia que como una molestia vigente.
En el segundo
lugar de la clasificación común (21,2%) figura el sentimiento
de impotencia experimentado por algunos de los residentes al no poder
ocuparse del mantenimiento del animal, a pesar de desearlo. En efecto,
hay que tener en cuenta que la disminución del vigor físico
del anciano se convierte en una desventaja para realizar una amplio
abanico de actividades en relación con el animal y los residentes
parecen acusar esta impotencia. Uno y otro grupo consideran este aspecto
como una limitación importante de la TAAC. También en
el estudio de Lago et al. (1993), anteriormente mencionado, un 19,6%
de los ancianos encuestados hablaron de la responsabilidad excesiva
que supone la posesión de un animal y de la incapacidad que
experimentan para hacerlo.
El 19,4% de
opiniones comunes de nuestro estudio hace referencia al desorden y
a los pequeños destrozos ocasionados por los animales. Este
aspecto, como decíamos al inicio, a pesar de figurar en forma
de queja, no tiene porque ser algo negativo ya que, al mismo tiempo,
puede ser un motivo para mantener al anciano en un cierto estado de
alerta constante. Lago et al. (1993) cifraron en 10,7% el porcentaje
de dueños que tenían quejas por los destrozos y el desorden
que causan sus animales.
En 1983, Ory
y Goldberg (1993) llevaron a cabo un estudio sobre satisfacción
de vida de ancianos propietarios de animales de compañía
en el que, paradójicamente, demostraron que poseer un animal
no implica necesariamente una mayor felicidad o bienestar subjetivo.
De esta manera, pudieron comprobar que lo que sí tiene una
importancia fundamental en la percepción de la felicidad no
es tanto la mera posesión sino el vínculo que el dueño
es capaz de establecer con su mascota. Nadie mejor que Saint-Exupéry
(1946) ha sido capaz de describir con tanta belleza este íntimo
vínculo que una persona puede llegar a establecer con un animal.
Se trata del encuentro mágico entre el Principito y su pequeño
amigo el zorro: “(...) Tu todavía no eres para mí más
que un niño idéntico a otros cien mil niños.
Yo no tengo necesidad de ti. Y tú tampoco tienes necesidad
de mí. Yo no soy para ti más que un zorro idéntico
a otros cien mil zorros. Pero si tú me domesticas, tendremos
la necesidad el uno del otro. Tú serás para mi único
en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo (...).
Tú tienes el cabello dorado. Entonces, cuando me hayas domesticado,
será maravilloso, porque el trigo, que también es dorado,
me recordará a ti.” (ibídem, 68, la traducción
es nuestra). Esta relación tan estrecha con otro ser
(una persona o, en su defecto, un animal) sí que parece tener
una incidencia altamente terapéutica en la población
anciana cuando se dan las condiciones óptimas. Algunos autores,
incluso, equiparan esta vivencia de tener mutua necesidad de alguien
a las necesidades humanas más fundamentales. “Las [necesidades]
primarias son el alimento, el calor y, al mismo nivel, la compañía
y el hecho de ser necesitado por alguien. Los perros son beneficiosos
para la salud de las personas porque los perros necesitan a las personas.”
(Fogle, 1999, p. 90).
Este mismo
vínculo afectivo constituye un factor protector contra acontecimientos
angustiosos y estresantes e, incluso, redunda en una mayor posibilidad
de supervivencia. Uno de los primeros estudios epidemiológicos
sobre la TAAC, realizado en 1980, demostró que el 94% de pacientes
hospitalizados por infarto de miocardio y que poseían animales
de compañía seguían con vida un año después
de ser dados de alta, mientras que sólo el 72% de estos enfermos
post-hospitalizados y sin animales de compañía alcanzó
un año de vida después de abandonar el hospital (Friedmann
et al., 1980). De todas maneras, lo que sí parecen añorar
nuestros entrevistados es el sentimiento de ser únicos en el
mundo para alguien. Residentes y trabajadores afirman (14,7%) que
los animales son demasiado independientes o desobedientes como para
llegar a establecer un verdadero vínculo terapéutico.
Y esta opinión se completa con la idea que ha aparecido con
más frecuencia en el discurso exclusivo de los trabajadores
(58,3%): los residentes tienen poca relación con el animal.
A pesar de que la mayoría de mascotas están unidas a
sus dueños por una especie de lazo invisible (Sheldrake, 2001),
con los animales de la residencia no es posible esto por la gran cantidad
de personas que allí viven. Esto, precisamente, puede provocar
conflictos interpersonales o, incluso, celos entre los residentes
(11,1%). Y únicamente el personal apunta algunas soluciones
al respecto: “Falta adiestramiento de los animales” (23,2%) y “Faltan
terapias dirigidas” (18,4%).
Como conclusión
final, y ya a modo de síntesis, señalar que, a pesar
de que las TAAC pueden ser altamente beneficiosas en diferentes tipos
de poblaciones, creemos que lo son de una manera muy especial en la
ancianidad, ya que el vínculo con los animales de compañía
parece ser más fuerte y profundo que a otras edades (Bustad
y Hines, 1993). Esto es así por las características
y problemáticas concretas que presenta este tipo de población
(soledad, aislamiento, falta de motivación, rutina de las instituciones).
También podemos afirmar que, según el discurso de los
usuarios de “Parc Serentill”, los animales son un elemento muy valorado
tanto por los trabajadores como por los residentes ya que, de alguna
manera, satisfacen necesidades o carencias que presentan las personas
mayores. Estas necesidades “alternativas” (necesidad de sentirse útil,
contacto físico y estimulación táctil, afectividad,
comunicación, necesidad de encontrar un sentido a la vida,
necesidad de cuidar a alguien) en no pocas instituciones se descuidan,
bien sea por desconocimiento, dificultad de dar una respuesta operativa
o, simplemente, por seguir una ética de mínimos.
Por otra parte,
la posibilidad de que este estímulo animal sea algo permanente
y habitual en el entorno diario de la residencia parece ser mucho
más positivo que si, por el contrario, se realizara en forma
de contactos o visitas periódicas (Jendro y Watson, 1984).
La opinión de que puede ser conveniente una formación
específica de los perros para aprender a actuar como facilitadores
terapéuticos parece tener bastante fuerza en el discurso de
los trabajadores.
No corresponde
a este estudio encontrar una explicación complexiva al porqué
los perros tienen un papel beneficioso en la salud de las personas.
Quizás líneas de investigación futuras podrían
tomar el relevo por esta vía. Sí que apuntamos, de modo
breve y para completar la exposición, algunas explicaciones
hipotéticas al respecto. La primera de ellas nos propone ver
al animal como un elemento de cambio a una vida más saludable.
“En mi opinión, lo que reduce los problemas de salud menores
no es el perro en sí mismo, sino el cambio de estilo de vida
que representa el hecho de tener un perro”, afirma Fogle, 1999, (p.
87). También es cierto que, de alguna manera, todo aquello
que tiene relación con la naturaleza presenta un efecto curativo
sobre el cuerpo y la mente humanos. Finalmente, no debemos olvidar
que el animal no es más que un complemento y puede actuar como
sustituto en determinadas ocasiones, pero nunca puede ser sustituible
o equiparable a la relación humana. “El apoyo social de otras
personas es más beneficioso para la salud de la gente. La única
razón por la que los perros han sustituido a las personas en
este papel es porque las personas han perdido u olvidado lo importante
que es el apoyo de la familia y los amigos.” (ibídem, p. 135).
Sirva de guinda
final la siguiente frase que recoge todo lo dicho hasta ahora, sintetiza
el conjunto de ideas de los usuarios entrevistados y nos deja el camino
abierto a nuevas y futuras aportaciones: “Hay evidencia abrumadora
de que los animales nos hacen más felices, sanos y sociables,
y la investigación sólo acaba de comenzar” (Cusack,
1991, p. 13).
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