Trauma
y cuerpo
Estamos
viviendo una realidad politraumática. Sin duda los mecanismos
de defensa habituales se ven superados por las numerosas circunstancias,
hechos y eventos que por sus características, amenazan la capacidad
de sostener el equilibrio psíquico.
El
eje de este Congreso, "Mente y Cerebro", me ha remitido a una reflexión
para este Simposio que pongo a consideración de los presentes,
vinculado al paradigma de lo traumático en nuestra sociedad
y nuestra historia y que es la relación entre trauma y cuerpo.
Si
"en el principio fué el verbo" y si "el yo es ante todo un
yo corporal", el cuerpo biológico se articula en el cuerpo
mental; articulación necesaria para la constitución
de la mismidad y la otredad.
Es
decir que así como los cuerpos "hablan" a través de
lo psíquico, lo mental se expresa en lo corporal: se integran
en una unidad. No sólo a nivel individual, sino también
a nivel histórico y social, o para decirlo más claramente:
la política, la economía, la ideología, la cultura,
se expresan en y a través de los cuerpos. Corporalización
de lo histórico e historización de lo corporal (al decir
de María Pía López). El cuerpo como expresión
plena de la construcción social de la subjetividad. Historia
de y con sujetos, y sujetos de y con historia.
¿Porqué
sino cuerpos des-aparecidos? ¿Porqué tan siniestro hecho?
Cuerpos humillados, despreciados, violados,
mutilados, torturados, robados, esfumados, ¿aniquilados? "Los
desaparecidos no tienen entidad, son desaparecidos (Videla dixit)".
Lo que equivale a sostener que lo que ha desaparecido no sólo
que no existe, que lo que no se vé no existe, sino que no existió
nunca. ¿No existió? ¿No existe? ¿O se
pretendió y se pretende una construcción de la corporeidad
a partir de una virtualización de lo real como modo de incorporar
- valga el término - en el imaginario la idea de una tal disolución,
de una tal invisibilidad? ¿Si los cuerpos desaparecidos ya
no existen ni existieron? ¿No somos todos (potencialmente)
in-existentes? Lo de potencial va entre paréntesis pues cabe
hablar de un in-existir vívido o real, en tanto amenaza que
desde el pasado opera en el presente, se presentifica.
Puesto
que si el pasado - la destrucción sistemática de los
cuerpos/otros - no pasó pero pasó queda instalada la
idea, o mejor dicho la intimidante vivencia, de que puede volver a
ocurrir lo que no ocurrió, o lo que ocurrió sin haber
ocurrido. Manipulación de los cuerpos y de la memoria a través
del silenciamiento que en nuestra historia no es novedosa: valga de
ejemplo lo ocurrido con la ignominiosa matanza de los obreros rurales
patagónicos.( A la cual me he referido en un artículo
publicado en el último número de TOPIA REVISTA) Y en
ese espacio/tiempo de lo existente-que-existe se inscribe traumáticamente
la presente ausencia de los cuerpos de los desaparecidos, de los niños
robados, de una historia que se reactualiza constantemente buscando
su aprehensión y reconocimiento.
Porque
si bien no están los cuerpos, están los espíritus,
es decir la inmaterialidad que busca de su significación o
mejor dicho de su re-significación para dar cuenta de lo pasado
y, agrego, de lo por-venir. Y esos espíritus, esas ideas, esas
historias, esos testimonios de un modo de expresar la integración
mente-cerebro, de poner los cuerpos (individuales) al servicio de
un proyecto colectivo (utópico) , re-aparecen para ahora ya
no poder ser más des-aparecidos. Puesto que la desaparición
no es sino el producto ominoso de la aberrante metodología
utilizada para exterminar definitivamente todo intento de enfrentar
la concepción hegemónica de un sistema que se sustenta
en la escisión de la corporalidad en conexión con la
subjetividad, o sea: la supresión de cuerpos deseantes, apasionados
(padecientes y anhelantes), de cuerpos con emociones, con sueños,
con ilusiones, con ideales, de cuerpos éticos, de cuerpos sujetos
( no sujetados), de cuerpos que adquieren su singularidad, su subjetivación
precisamente en la medida en que son la encarnación del más
radical y subversivo repudio a dicha hegemonía.( En fin: cuerpos
revolucionarios, de revolucionarios)
Reaparición
o retorno de lo reprimido que se expresa de muy distintos modos, entre
los que destaco sólo algunos de ellos, tales como:
-
la confesión de los victimarios ( en donde sus palabras parecieran
dar verosimilitud a los hechos de un modo más contundente que
cuando testimonian las víctimas).
- la violencia inserta en nuestra vida cotidiana
(secuestros, desapariciones, torturas), que remeda la utilizada en
el Terrorismo de Estado, pero que se manifiesta como un fenómeno
extraño, ajeno, desideologizado, deshistorizado.
- la presencia de otros síntomas (además
de la violencia) a nivel social, institucional, familiar e individual,
producto de la negación y desmentida (o de su fracaso) de lo
ocurrido.
- la reiteración de actos cometidos en
continuidad con los propósitos del Proceso (atentados, intimidaciones.etc.)
posibilitados por la impunidad que los promueve.
En
cada víctima, se trate de un periodista conocido o de un niño
como Cristian Quiróz, se reaviva la memoria (las ideas, el
espíritu) de lo que se ha pretendido deshechar al olvido. Pero
también se exacerba el efecto (traumático) del escarmiento
implementado, esto es: la activación del miedo y el horror
intrapsíquicos como factores de coerción social.
Cabe
aquí mencionar dos hechos vinculados a lo que estoy exponiendo.
En la ciudad de Comodoro Rivadavia se está llevando a cabo
una por demás interesante y execrable instrumentación
represiva. Un grupo de dirigentes gremiales está siendo procesado
por haber intervenido en el corte de una ruta como parte de su lucha
reinvidicativa. Asimismo - y de esto hace escasos días - un
grupo de vecinos que realizaron también un corte de ruta, como
modo de lograr la atención de las autoridades para la instalación
de un semáforo en un lugar sumamente peligroso, fueron citados
por el fiscal para instruir un posible procesamiento, pues según
el fiscal "si intervino la policía hay delito" (sic), "independientemente
de las motivaciones" (sic). He aquí un claro ejemplo de la
posibilidad de coerción y amedrentamiento, en este caso jurídica,
que puede tener lugar en tanto subyacen los efectos de otros "métodos"
de dominio en los cuales se sustenta una acción de este tipo.
( Vale recordar que durante la Dictadura cualquier ciudadano era considerado
un delincuente subversivo por el sólo hecho de haber sido secuestrado
y de estar en un campo de exterminio o de tener cualquier vinculación
con un sospechoso. Más aún: "los indiferentes" también
corrían el riesgo de ser incluídos en tal categoría)
Y no se trata de metáforas. Los cuerpos desaparecidos son la
"evidencia" - si se me permite el término - cierta de un ejercicio
del poder cuya persistencia está condicionada al control eficaz
de las respuestas colectivas a las injusticias que ese mismo poder
promueve, buscando escindir las ideas de los cerebros en forma concreta,
esto es: poner el cuerpo para transformar la realidad implica la posibilidad
de un final aterrador, más aterrador cuanto más mutilado
(o pretendidamente mutilado) está en y de la memoria social.
Escisión
imposible, pues la ausencia habla y el conflicto traumático
(la historia) irrumpe impugnando su abolición, en tanto los
cuerpos de los desaparecidos reclaman su mortandad que es lo mismo
que decir su vida, pues los desaparecidos sólo pueden están
muertos a condición de haber previamente vivido.
No
por casualidad las Madres y Abuelas (gestadoras) y los Hijos (descendientes)
claman obstinadamente por la verdad indesmentible de su existencia.
Sin hijos no hay madres y sin madres no hay hijos.
Más no se trata aquí únicamente
de la biología, ni mucho menos. Se trata de la más valiente,
necesaria y tal vez única posibilidad que tenemos de reconstruir
el cuerpo social todo.
Pues
una sociedad que no reconoce tan tremenda pérdida, corre el
riesgo de ser devorada por el mismo agujero negro - el " pozo" - que
la posibilitó, y tendrá que seguir escuchando el grito
desesperado - y traumático - de un niño (y de miles
de víctimas fantasmatizadas) que martirizados por el terror
siguen "sobremuriendo", por el reclamo no sólo frente a la
exclusión de la vida, sino de la exclusión de la posibilidad
de morir y/o de estar muerto dignamente.
¿O
acaso - parafraseando a Freud - de los cuerpos y del destino de los
cuerpos de los desaparecidos no depende nuestro propio destino?
Dr.
Miguel Angel de Boer -
Comodoro Rivadavia, Abril, 1998.
deboer@sinectis.com.ar
Especialista
en Psiquiatría
Psicoterapeuta
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