Breve reflexión sobre subjetividad y violencia en el fin de siglo

El tema que nos ocupa - la subjetividad en el fin de siglo - nos expone, desde del ámbito de la salud mental, a un reiterado esfuerzo en la comprensión y puesta en práctica, de las respuestas que demanda nuestra sociedad, una de las cuales se refiere al complejo y desbordante problema de la violencia.

Si el ser humano se caracteriza por su capacidad de producir cultura y de ser a la vez su producto, la etapa que estamos atravesando se destaca por la vivencia de sentirnos asediados por la misma, dados los cambios sin precedentes que ocurren en el mundo en que vivimos.

Cambios que operan en múltiples y contradictorios sentidos.
Por un lado, la puesta en juego de la creatividad humana en una expansión que pareciera ilimitada, expresado en el extraordinario desarrollo tecnológico y científico. Por el otro, las transformaciones económicas, con su consecuencia social más evidente cual es la concentración de la riqueza en perjuicio de una amplia mayoría de la población. Y por riqueza me refiero a la apropiación y uso por parte de un sector minoritario de lo que es, en realidad, patrimonio de la sociedad toda. Para decirlo en otros términos: cada vez son más ricos los menos y cada vez son más pobres los más. 

Dejaré de lado el efectuar un análisis en relación a los múltiples orígenes de la violencia por cuanto descarto un consenso - al menos teórico - respecto a que sus determinantes pueden ser tanto biológicas como intrapersonales, psicosociales y socioculturales.
Voy a referirme sí , y espero sea un aporte para la reflexión en este Simposio, a lo que concretamente acontece en estos últimos tiempos en nuestra sociedad. La violencia actual ha adoptado nuevas características en cuanto a su forma, su intensidad, su reiterada manifestación como un hecho cotidiano, lo que equivale a nuevo modo de percibirla y de vincularnos con la misma. 

Reiterativa y generalizada (se manifiesta casi con naturalidad), desterritorializada (no hay lugares seguros) y versátil ( se lleva a cabo de todos los modos imaginables), la violencia se ha acrecentado en una suerte de "desregularización", donde nada pareciera impedir su - si se me permite la idea- plasticidad destructiva.

En la ciudad en la cual resido - Comodoro Rivadavia - y según datos publicados en los medios de comunicación, se produjeron crímenes durante el año 1996 que arrojan el promedio de un asesinato por mes. Durante los meses de Enero y Febrero del año en curso (1997) dicho promedio ascendió (en esos dos meses) a la cifra de un asesinato por semana, algo inédito en la historia de esa comunidad.

También son inéditas las formas en que se llevaron a cabo algunos de los mismos, tales como: el descuartizamiento de una mujer a manos de un joven conocido de la misma, el destrozo del cráneo de una anciana y la amputación de los dedos de una de sus manos en un asalto, el incendio de una vivienda con dos víctimas moradoras de la misma por parte de una patota, la desaparición de un niño (Hernán Soto) sin ninguna evidencia - han transcurrido ya más de 3 meses - de como sucedieron los hechos, la muerte de personas debido a un enfrentamiento armado "entre vecinos", la muerte de una persona debido a 17 apuñalamientos en un robo callejero, entre otros.

En lo que respecta al conjunto de hechos de violencia puedo señalar que según las informaciones publicadas, en las ciudades de Rawson, Trelew, Esquel y Comodoro Rivadavia, durante los días 10 al 17 de Febrero de este año (es decir en una semana), se produjeron sesenta y seis episodios de violencia de distinto tipo.
Supongo que la descripción no ha de llamar la atención de quienes habitan las grandes ciudades, pero puedo aseverar que en nuestra región (Comodoro Rivadavia tiene aproximadamente 130 mil habitantes) estos hechos son por demás relevantes de lo que pretendo señalar.

Si bien estamos viviendo "tiempos de violencia", si bien la "globalización" ha traido aparejada conductas delictivas "massmediatizadas" similares a las que ocurren en otros lugares del mundo ( hemos podido presenciar una versión autóctona del film "Asesinos por naturaleza", en donde dos jóvenes jujeños asistieron a un programa de TV en la Capital Federal para confesar un crimen ante las cámaras, siendo apresados - también ante las cámaras - frente al apuro del conductor presionado por el tiempo, "televisivo" se entiende ), no es menos cierto que en nuestro país existen características propias que creo necesario tener en cuenta para no diluir el problema en una generalización abstracta.

Para expresarlo de un modo concreto: la violencia imperante guarda una directa relación con las condiciones socio-económicas que se produjeron luego de la Reforma del Estado implementada en el año l989, y que trajo como consecuencia p.ej. que más de 6 mil personas quedaran sin trabajo en la empresa estatal YPF en la zonas sur del Chubut y norte de Santa Cruz. Y dicha correspondencia, entre la desintegración social y la violencia, entiendo, es también la que se observa en todo el país. 

Pero también existen otros factores, vinculados a lo antes mencionado, que indudablemente coadyuvan en el mismo sentido, entre los cuales destaco dos aspectos fundamentales íntimamente relacionados entre sí, como son: la impunidad y la corrupción.

Impunidad que alcanza su punto más alto con la exculpación de los delitos perpetrados por el terrorismo de estado al servicio de la imposición de un modelo económico que hoy se ha instalado en plenitud; que posibilita que atentados terroristas como los perpetrados contra la Embajada de Israel y la AMIA, se encuentren aún sin ser develados. Que se entrelaza y favorece los actos de corrupción como en el caso de la policía bonaerense o de funcionarios públicos como los ocurridos en la Aduana, Bco.Nación-IBM, sólo por mencionar los más recientes. 

En este marco, el alevoso crimen de José Luis Cabezas marca un punto de inflexión que ha impactado a la sociedad, por cuanto en el mismo confluye - descarnadamente - el ya naturalizado quebrantamiento de la ley en su expresión más siniestra. En donde la presencia oculta de los métodos ( y los actores) empleados por el terrorismo de estado, larvados en una democracia que no ha logrado dar cuenta de los mismos - ahora conformando distintas modalidades delictivas - irrumpe nuevamente con la carga simbólica que le es inherente, entre ellas la intimidación, es decir la inducción al miedo. 

¿O es que acaso este vil asesinato, como todos los hechos de violencia que enumeré anteriormente, son hechos fortuitos, impredecibles, totalmente sorprendentes?

La desocupación, la pobreza y el desamparo, la superficialización o ruptura de los vínculos afectivos, la ausencia de una justicia eficaz, la depreciación de valores y pautas éticas y morales, el culto a la eficiencia y al consumo, la promoción del individualismo, el miedo, la inseguridad, el aislamiento, el desarraigo, la precarización, la instrumentación del trabajo - por no decir de la vida misma - como variable de ajuste, la mera supervivencia sin perspectivas futuras, ¿no son hechos de violencia social?

¿Es que acaso todos estos factores no tienen una incidencia directa a nivel subjetivo, donde la identidad no sólo que no se halla sostenida sino que por el contrario vive una amenaza permanente? ¿Puede, en estas condiciones un sujeto representarse como un ser significativo en y para la sociedad? ¿No se produce así un perverso fortalecimiento de los aspectos patológicos narcisistas, con un predominio de la omnipotencia, el pensamiento mágico, la intensificación de vivencias y fantasías paranoides, la disociación, la tendencia a la descarga impulsiva, la reafirmación a través de la destrucción del otro, propiciándose así la intolerancia, el autoritarismo, el racismo, la desmemoria, el desprecio por la pluralidad? ¿No se exacerban así la agresión, la destructividad y el sadismo?

Los modelos psicopáticos de identificación - voluptuosos y tanatizantes - imperantes legitiman la violencia. Pues a las causas estructurales, que condenan a gran parte de la sociedad a un callejón sin salida, es decir, a una frustración deshumanizante, se suman conductas que en el imaginario fortalecen la premisa de que la realidad existente es la única realidad posible - ocultando el contenido ideológico que la subyace cual es el estímulo a la aceptación de las infames desigualdades, donde los beneficiarios son los supuestos exitosos y los que no, inútiles responsables de su irremediable fracaso -, de que la pertenencia histórica y cultural no es viable en términos de poder modificar las mismas, de que la acción colectiva es ineficaz, lo que equivale a la vulneración y desorganización de una identidad comunitaria, por cuanto deslienta el disenso,el pensamiento crítico, la confrontación, la participación. 
Y esta amputación perversa, no hace sino favorecer la emergencia de la violencia, de su justificación y complacencia ante la misma.

Si el ejercicio del poder estatal está supeditado exclusivamente a la supuesta lógica del mercado,donde el lucro como fin único y no el trabajo, donde las demandas artificialmente inducidas y no las auténticas necesidades (como la salud y la educación que son ostensiblemente desatendidas), donde en fin, el bien común es soslayado sin nigún pudor, sólo puede devenir sufrimiento, odio, resentimiento, destructividad, inmisericordia, siendo la violencia su más ineludible consecuencia. 

"No hace falta decir que la cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus partícipes y los incita a la rebelión, no puede durar mucho tiempo ni tampoco lo merece". Son palabras de Sigmund Freud escritas en el año 1927. 

Dr. Miguel Angel de Boer
Comodoro Rivadavia, Abril, 1997

deboer@sinectis.com.ar

Especialista en Psiquiatría 
Psicoterapeuta

 


Nota:Trabajo presentado durante el XIII Congreso Argentino de Psiquiatría y XIX Congreso Latinoamericano, realizado en Mar del Plata del 9 al 13 de Abril de 1997, en el Simposio: "Subjetividad en el fin de siglo", organizado por el Capítulo: "Salud Mental, Derechos Humanos y Tortura" de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA)

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