Del Psicoanálisis a la Terapia Familiar Sistémica 

En la época en que se inició la terapia familiar, el psicoanálisis se había convertido, desde hacía mucho tiempo ya, en un reino incuestionable que imperaba en la mayoría de las facultades de medicina y psicología y de las instituciones mentales, tanto privadas como públicas. Introducir algo diferente a lo entronado fue visto, era de esperar, como una sublevación contra el orden académico. Es necesario aclarar sin embargo, que lo que cuestionaban en un principio esos recién estrenados terapeutas familiares no era el cuerpo teórico del Psicoanálisis -ya que los pioneros de la terapia con familias tuvieron, en general, formación analítica-, sino la estructura del sistema terapéutico. La transformación que supuso pues, pasar de un terapeuta y un paciente a tener un equipo de terapeutas y un equipo familiar, fue el verdadero cambio que hizo posible ver un abanico de realidades y posibilidades interrelacionadas que antes no hubieran podido ser vistas, jamás, desde el enfoque psicoanalítico. Así fue cómo un puñado de profesionales de la salud mental de orientación analítica fue cambiando, poco a poco, el enfoque terapéutico y el hábito de bucear en la mente torturada del paciente designado. A partir de ese momento, las diferencias con la teoría psicoanalítica se acentuaron, y ya casi nada volvió a ser igual para esos impulsores de otras realidades más acordes con la naturaleza de las leyes de la sociedad humana. 

Los terapeutas familiares, al igual que los psicoanalistas, también reconocen la atracción que ejerce el pasado en nosotros y el hecho de que, en alguna medida, las personas vivimos a la sombra de la familia que fuimos; pero, a diferencia de aquellos, también reconocen el poder del presente y encaran la influencia en curso de la familia que somos. El principal objetivo de la terapia familiar es conseguir el cambio en la organización de la familia, sobre la base de que cuando se transforman las relaciones del sistema familiar la vida de cada miembro también se ve, consecuentemente, modificada. La reunión de los miembros de la familia y el trabajo terapéutico con ellos facilita la elaboración de los conflictos, pero es también y sobre todo, una nueva forma de abordar la comprensión de la conducta humana en su complejidad, como fundamentalmente conformada por su contexto social y también cultural. 

De todas maneras no sería justo terminar esta exposición sin reconocer el mérito a los muchos avances que se realizaron gracias a los grandes estudiosos y humanistas del psicoanálisis en relación al conocimiento del hombre, sobre todo, de su mundo interno. Ellos también -como sucede siempre en la revisión del saber- padecieron la incomprensión de su tiempo. Los pioneros del psicoanálisis también sufrieron, en su momento, todo tipo de ataques desde el saber oficialmente establecido que les cuestionaba, de continuo, la-validez científica- de sus postulados. Solo por poner un ejemplo, el corpus teórico que planteó Sigmund Freud a principios de siglo sobre las relaciones humanas y el papel que jugaban los impulsos libidinosos en el individuo, resultó ser una especie de bomba demasiado peligrosa para la burguesía bien pensante y la clase intelectual de la época. 

Hace algún tiempo ya, en un pueblo del desierto mexicano, un anciano lugareño me confió: este lugar está concurrido la mayor parte del año. Algunos sólo son curiosos (yo me encontraba entre ellos) pero la mayoría llegan de lejos en busca de la armonía atribuida a estas tierras y sobre todo a un monte cercano considerado por todos sagrado. ¿Qué tiene de especial ese monte?, pregunté yo. Une a las gentes, les brinda su calma y sabiduría para comprender que todos somos hermanos. Después regresan a sus lugares de procedencia con más conocimiento de la naturaleza que nos envuelve; me explicó él. ¿Qué hacen para conseguir eso?, de forma ingenua pregunté. Y él respondió: Se comunican con las fuerzas que nos dan la vida; cada uno a su manera, según las creencias de su pueblo, de su familia y de las indicaciones de los ancianos conocedores de la tradición sanadora del alma colectiva. 

En nuestra cultura occidental no es común comunicarse con las fuerzas que nos dan la vida por la sencilla razón de que no tenemos consciencia de que esa -extravagancia- sea posible. Pero, afortunadamente, también es verdad que a la par florecen toda una serie de movimientos encaminados hacia esa otra comprensión de la realidad que nos envuelve y de la que formamos parte. 

Así pues, todo -nuevo- conocimiento provoca tarde o temprano la revisión de la verdad. Es de sabios, rectificar, nos aconsejaron algunos sabios. Se torna bueno entonces, avanzar hacia lo que uno cree mejor, más completo, más humano, y dejar atrás aquello que se juzga poco útil para comprender, cuestionar y cambiar las relaciones que mantenemos entre nosotros y con el mundo al que pertenecemos. 

Es de esperar que el tiempo, como juez implacable que es, muestre los aciertos y los errores cometidos. Entonces, cuando eso suceda, nosotros estaremos quizás lejos, y será tarea de otros la de continuar el trabajo amoroso de acercarse, cada vez más, a la tan olvidada esencia humana. 

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