Nuevos y viejos esquemas

La terapia familiar de modelo sistémico se nutre de raíces distintas a las de la mayoría de terapias que se administran a los individuos cuando presentan problemas de adaptación a las circunstancias que viven. La concepción materialista y mecanicista que del mundo tenemos los occidentales -desde que Descartes y Newton, principalmente, sentaron las bases del pensamiento occidental y científico-(1) nos induce a contemplar y analizar la realidad de una forma racionalmente práctica pero insuficiente, de manera que acabamos excluyendo, inevitablemente, muchos de los factores que conjuntamente intervienen en el complejo hecho de vivir. Así pues ya es tradición en los servicios médicos ofrecer -en el mejor de los casos-, psicoterapia individual a las personas afectadas de trastornos emocionales o de conducta. En una gran mayoría de casos, no obstante, el tratamiento se reduce a la pura administración de psicofármacos (2). En nuestras tierras no es habitual ver a la persona como un ser codependiente cuyo bienestar también está relacionado con las personas y circunstancias que le rodean. ¿De qué sirve eliminar con fármacos los síntomas de una crisis de ansiedad (taquicardia, asfixia, insomnio, fatiga, opresión en el pecho, cefaleas, trastornos gastrointestinales?) si no se abordan paralelamente los conflictos emocionales que provocan esta crisis (miedo e inseguridad por la muerte de algún miembro familiar, incertidumbre por el futuro personal o profesional, necesidad de apoyo afectivo, etc.?).

Tenemos la vieja y cuestionable costumbre de parcializar y dividir todo aquello que nunca debería separarse para poder ser comprendido. Así pues, nuestras limitaciones se hacen más que evidentes cuando pretendemos observar y analizar los sucesos de una forma integral, que nos permita captar las múltiples interrelaciones que se dan en cualquier hecho inherente a la vida. Sencillamente, nunca aprendimos a hacerlo porque nadie nos enseñó.

Esta visión fragmentada del saber se manifiesta de forma evidente en la división que la medicina occidental realiza entre salud mental y salud corporal (3). Sabemos, sin embargo, que el ser humano es un complejo sistema que tiene vida gracias al funcionamiento inteligente, equilibrado e interrelacionado de los distintos subsistemas que lo conforman y a la vez lo definen como especie. Y a pesar de ello, nuestra medicina moderna cuenta con ejércitos de eminentes especialistas (4)que parecen tener muchos conocimientos sobre un subsistema en concreto (respiratorio, circulatorio, nervioso, endocrino...), pero no aciertan a comprender el lenguaje que un subsistema cualquiera emplea para comunicarse con los demás. Se hace pues fácil de entender -aunque difícil de aceptar- el porqué un paciente (muy paciente) aquejado de una dolencia -para llegar finalmente a un diagnóstico- tenga que, invariablemente, llamar a multitud de puertas, contestar burocráticos y mecánicos cuestionarios, explicar repetidamente las mismas cosas y someterse a diversas y agotadoras pruebas diagnósticas. Su paciencia, a la postre, se verá recompensada al obtener una etiqueta que dará nombre a su mal. Pero como toda etiqueta, será sospechosamente incompleta o inclusive errónea si lo que se hace es aplicarla a un ser humano, rico, complejo, intra e interrelacionado y en constante evolución. Así es como finalmente nuestra genuina necesidad de separar, aislar, clasificar y etiquetar, se torna en la principal responsable de nuestra incapacidad para comprender de una forma integral, sistémica u holística, los sucesos de cualquier índole.

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Notas

(1) En los siglos XVI y XVII la visión del Universo como algo orgánico, vivo y espiritual fue reemplazada por la concepción de un mundo similar a una máquina, como consecuencia de los cambios introducidos en la física y la astronomía que culminaron en las Teorías de Copérnico, Galileo y Newton. Estos cambios que resultarían básicos para el pensamiento de la civilización occidental fueron completados por las teorías del filósofo y matemático René Descartes. La filosofía cartesiana de la certeza científica absoluta es aún muy popular y se refleja en el cientifismo racionalista que caracteriza a nuestro saber occidental. No obstante, la física moderna ha demostrado que no existe una certeza científica absoluta y que todos nuestros conceptos y teorías son limitados, limitadores y aproximativos. (*)


(2) Nunca antes el ser humano había consumido tal cantidad de drogas (entiéndase aquí, tanto las de orden clandestino como las adquiridas en los establecimientos farmacéuticos). En E.U.A., y sólo por poner un ejemplo, una gran mayoría de mujeres ocupadas en sus hogares ingieren de forma regular PROZAC. Pero dicho fármaco también se comienza a  prescribir,  indiscriminadamente, a niños y a adolescentes. (*)


(3) Desde que Descartes afirmara: "Pienso, luego existo", el pensamiento racional se convirtió en el motor de nuestra cultura, al punto que el hombre occidental llegó a identificar su identidad con la mente en lugar de con todo su organismo. Esta desintegración del ser humano en dos partes, mente y cuerpo, se refleja en todos los ámbitos del saber occidental pero se muestra clarísima en la medicina; los médicos actuales, devotos de la imagen cartesiana del cuerpo humano como un mecanismo de relojería desprovisto de emociones, no pueden llegar a entender muchas de las enfermedades que nos preocupan actualmente. (*)


(4) Parece claro que la medicina actual ha olvidado totalmente las raíces hipocráticas en las que se basó durante siglos. Hipócrates, en uno de sus aforismos, apuntó: Todas las partes del organismo forman un círculo. Por lo tanto, cada una de las partes es tanto principio como fin. (*)


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