I-
Breve introducción.
Los
años venideros darán cuenta de si el cambio que se está
viviendo en el mundo corresponde al colapso de la modernidad, o es
un proceso del cual emergerá una instancia superadora de la
misma.
Lo cierto es que nuevas condiciones políticas,
económicas y tecnológicas han modificado a la sociedad
de un modo impensable en cuanto a su magnitud y vertiginosidad.
La
globalización de la economía con el consiguiente desdibujamiento
territorial, es decir la transnacionalización; la aceleración
del cambio tecnológico con el auge de la informática
y su impacto en la comunicación; el predominio de la racionalidad
del mercado en desmedro de la intervención del Estado como
mediador de los distintos intereses sectoriales ( privatización)
; la descentralización del ser humano como sujeto prioritario
del acontecer histórico; han condicionado una situación
de precariedad en la vida cotidiana que se patentiza en una cada vez
más aguda fragmentación social, con impactos múltiples
a distintos niveles.
El
culto al consumismo, la oferta ilimitada de la diversidad ("el imperio
de lo efímero", donde todo lo que aparece ya es obsoleto),
la pérdida de hegemonía del saber y el conocimiento,
la transformación de los roles familiares y sociales, la modificación
de las costumbres, están produciendo un cambio en la percepción
de la realidad tal cual era captada hasta hace muy poco tiempo.
La
sociedad pareciera estar decidida a mostrarse en toda su desnudez,
tanto en su capacidad de desarrollo y evolución, como en el
grado de injusticia e inequidad a la cual está dispuesta en
función de la lógica del rendimiento.
Nunca
se ha puesto tan en evidencia la ilimitada inteligencia del ser humano,
como nunca se expusieron de un modo tan desenmascarado las desigualdades
y las miserias.
Todo
lo cual conlleva una vivencia de incertidumbre que derrumba los sentimientos
de seguridad, vulnera los proyectos colectivos, dejando inerme a la
gran mayoría ante una realidad cada vez más compleja,
donde las expectativas se ven frustradas permanentemente, generando
la pérdida de referentes indispensables para la cohesión
individual y social con la consiguiente desorientación y confusión.
Ya
nada es como era, y lo que es va cambiando permanentemente. La realidad
se ha hecho más irreal en algún sentido y mucho más
real ( hiperreal ) en otro. Todo es posible y todo es imposible. Se
ha anunciado que sería posible superar la velocidad de la luz.
Podemos presenciar cualquier acontecimiento que ocurre en cualquier
lugar del mundo al instante, a la vez que no sabemos que va a ser
de nuestras vidas la semana próxima. El mundo se encuentra
al alcance de todos (¿de todos?) aunque a muchos ya no les
"alcance" el dinero para comer. Los llamados "chicos de la calle"
manejan con habilidad juegos electrónicos que la mayoría
de los adultos sienten como inaccesibles, y es de esperar que muy
pronto se difundan a nivel masivo los juegos de realidad virtual.
En muy poco tiempo los mecánicos que no conozcan computación
no sabrán que hacer con los vehículos que salen al mercado.
Los jóvenes no saben qué estudios seguir ( los que pueden
) porque las posibilidades de sobrevivencia a través de una
profesión se ven acotadas. Ser comerciante o empresario no
garantiza un futuro de bienestar económico. Las profesiones
liberales no son reaseguro de nada. Las relaciones de dependencia
tampoco.
Los
pocos beneficiados ostentan sus privilegios sin ningún pudor,
y los marginados comienzan a exteriorizar su malestar de múltiples
maneras.
La
democracia como sistema de gobierno parece haberse fortalecido. La
dificultad radica en qué hacer con ella, para poder articular
un proyecto que beneficie a la sociedad, esto es: que el crecimiento
económico no se produzca a expensas de la justicia social.
Y
dentro de los múltiples problemas que se deben resolver, se
destaca una nefasta consecuencia de los cambios que se están
produciendo y que se ha transformado en un emergente social que se
agrava día a día: la desocupación.