III- Consecuencias
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A la luz de la experiencia que hemos tenido oportunidad de vivir hasta el momento se pueden considerar tres etapas (a los fines descriptivos) respecto a la desocupación:

  • la amenaza de quedar desocupado (1);

  • el momento en que se produce la desocupación (2) y

  • la situación de ser un desocupado (3).


l) La amenaza

Esta etapa - que hoy por hoy vive la mayoría de la población- se caracteriza por una serie de mecanismos que entran en juego con la finalidad de atemperar o conjurar la idea de que tal situación pueda llegar a producirse.

Las fantasías tienen un carácter mágico y su sustrato común es la idea de que "a mí no me va a pasar" o "a mí no me puede pasar". Racionalizaciones tales como: "con los años que llevo no creo que me despidan", " soy joven pero efectivo", van adecuándose según la situación de peligro va avanzando ( despido de compañeros de trabajo, anuncio de reestructuraciones, etc). En el caso de las empresas estatales (como YPF) el conjuro estaba sustentado en hechos como la supuesta seguridad que brindaban ciertos cargos jerárquicos o el "manejo de la información" que circulaba a través de una intensa y confusa campaña de rumores; argumentos emocionales tales como: "con todo lo que le dí a la empresa no me puede hacer esto" o francamente místicos: "no he hecho nada para que Dios me castigue de esa manera".

Los intentos de negar o desmentir la posibilidad del desempleo se van tornando con el tiempo cada vez más ineficaces, lo cual se pone de manifiesto en un incremento constante de la ansiedad, trastornos del humor, dificultades a nivel familiar con un bajo nivel de tolerancia y aumento de la agresión, incremento del consumo de alcohol y/o psicofármacos, con un paulatino estado depresivo (cansancio, pérdida de interés, dificultades de memoria y concentración, trastornos del sueño, etc, acompañado por lo general de fantasías catastróficas), donde no son infrecuentes los ataques de pánico (súbito temor a morir acompañado por sensaciones que semejan una crisis cardíaca, con mareos, palpitaciones, etc), diversas manifestaciones psicosomáticas (hipertensión. gastritis, asma, problemas de piel) y afecciones compatibles con un elevado nivel de estrés tales como las crisis hipertensivas, los infartos y los accidentes cerebro-vasculares. Desórdenes todos compatibles con la sobreadaptación a la que se debe hacer frente.

La situación repercute a nivel familiar con las consecuentes dificultades de pareja (disputas de diversa índole , disfunciones sexuales, etc.) y diversos trastornos en los hijos: de conducta, de aprendizaje, alimentarios, psicosomáticos, etc. (los niños y los adolescentes por su vulnerabilidad suelen ser los primeros en acusar el impacto).

En el caso de las personas que no están en relación de dependencia las consecuencias no son muy distintas, salvo el desasosiego debido a la carga que implica la autonomía y la consiguiente autoresponsabilidad en los resultados de la posible catástrofe.

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2) El despido.

Es vivenciado en un primer momento como el fin de una larga agonía, con el consiguiente alivio inicial respecto de una situación psicológicamente insoportable. "Ya voy a ver que hago", "ya no aguantaba más" son algunas de las expresiones más frecuentes.
Vivencias de este tipo aceleraron la decisión de muchos (sumado a la intensa presión psicológica a la que se vieron expuestos) a aceptar los retiros "voluntarios", como modo de acelerar el cese del sufrimiento. El alivio suele ir acompañado de cierta euforia (contracara de la depresión subyacente) respecto a las posibilidades de hacer algo "distinto", que se expresa en ideas como: "voy a trabajar por mi cuenta", "al fin y al cabo el trabajo ya me tenía podrido, "ya no voy a tener que bancar más a los del laburo", "con las relaciones que tengo, seguro que algo consigo", etc.

Alivio y euforia que luego van cediendo ante las dificultades que se van presentando para lograr los objetivos propuestos, con lo que la esperanza va disolviéndose para dar lugar a sentimientos de impotencia, de autodesvalorización, en fin, de intensa frustración y desasosiego.

En general el grupo de pertenencia (familia, pareja) - que un comienzo actúa solidariamente - va reaccionando frente a la nueva situación con actitudes de reproche y resentimiento hacia el desocupado, produciéndose una disgregación en los vínculos de cohesión, lo cual produce un reforzamiento del sentimiento de marginación. El tiempo ocioso forzado, con los consiguientes cambios en los ritmos cotidianos, son fuente de fricciones que van incrementándose con el tiempo, modificándose sustancialmente la valoración del rol que desempeñaba en el grupo familiar quien era - hasta ese momento- la base del sustento económico del mismo. Lo cual acrecenta el temor y la sensación de peligro del desocupado, puesto que a la marginación laboral se suma la marginación en el seno de la familia, es decir, se instala la amenaza de la pérdida del soporte y continente afectivo y emocional.

En esta estapa suelen aparecer en forma súbita - o se acentúan - las patologías enumeradas en la etapa anterior, destacándose la intensificación de la violencia, los conflictos de pareja (separaciones), los desórdenes en los hijos ( quienes comienzan a descalificar al desocupado, quien es visualizado - ahora - como el responsable de la frustración de sus necesidades y de su desprotección ). Los estados depresivos se instalan en toda su magnitud, del mismo modo que el uso de distintas sustancias, como modo de evadir tan penosas circunstancias.

En definitiva la sensación de aislamiento es cada vez mayor, y al empobrecimiento económico se suma el empobrecimiento de la propia identidad, la cual se ve convulsionada por una verdadera 
crisis.

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3) El post-despido.

Paulatinamente tanto el desocupado como el grupo familiar, van adecuándose a la situación, es decir, toman plena conciencia de su estado y sus consecuencias, frente al cual dos son las actitudes que se adoptan más frecuentemente:

a) La reorientación del grupo: con el reordenamiento de los roles, la intensificación de la solidaridad entre los miembros, la búsqueda de readaptación creativa a través del diálogo y el rescate de los lazos afectivos. En muchos casos se produce una ampliación de los vínculos en la red familiar (búsqueda de apoyo en parientes), como asimismo en el ámbito social de pertenencia ( asociaciones, vecinos, etc.). En definitiva se opta por el acercamiento y la confraternidad como modo de atemperar el impacto, lo cual se expresa a través de una participación social y cultural con predominio de los sentimientos de solidaridad y cooperación. Esta actitud posibilita una resignificación que abre las puertas a la búsqueda de alternativas de solución tanto individuales como colectivas (o mejor dicho: donde los intereses colectivos no se viven como opuestos a los intereses individuales), por lo que ni el desocupado ni el grupo familiar quedan aislados de su entorno, lo cual permite la transmisión y el uso de la experiencia (y cultura) acumulada.

b) La cronificación del desajuste y el deterioro: en cuyo caso predominan la dispersión familiar, la resignación paralizante, el individualismo (cada uno se "arregla por su cuenta"), cuando no directamente la destructividad en sus manifestaciones más primitivas. La violencia, el desapego y la renuncia a las responsabilidades, generan situaciones que suelen ser irrevesibles: tal el caso del suicidio, la agresión física descontrolada o el abandono de los más débiles (enfermos, niños y ancianos). La confusión gana terreno produciéndose una verdadera pérdida del sentido de realidad. La frustración y la agresión se suelen expresar en esta etapa a través de diversas patologías tanto a nivel psicológico como somático ( los desórdenes de estrés post-traumático, las enfermedades cardiovasculares y psicosomáticas, los trastornos de ansiedad, la depresión, el cáncer, se ven incrementados), con lo cual se agrava aún más la situación económica, favoreciendo la aparición de conductas antisociales o delictivas.

Con la vivencia de que"no hay nada que hacer", de que "todo está perdido" y de que "ya nada importa", la agresión desborda el ámbito familiar para trasladarse al ámbito social (cualquier motivo 
se torna válido para expresar la violencia contenida).

La pérdida absoluta de expectativas, la desesperanza y el escepticismo socavan el psiquismo, naturalizándose así conductas denigratorias de la condición humana con la transgresión de las más elementales pautas de convivencia.

Todos están dispuestos a cualquier cosa con tal de "zafar", tanto del hostigamiento externo como del desequilibrio interno, "huida" que - por imposible - produce situaciones cada vez más complejas.

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