Desear curar - Dejar morir...

Trabajo presentado en las IV Jornadas Argentinas y IV Jornadas Latinoamericanas de Bioética,
Bs. As.1998.

Lic. Elena María Sánchez

Abstract: Se trata de la muerte y de la negativa de asumirla, dentro de un servicio de salud, planteándolas a partir de la presentación de un caso.
Se trata de una narración. De una narración simple, referida a un hecho repetido una y otra vez, donde los actores varían pero los sentimientos se asemejan.

Se trata de la muerte y de la negativa de asumirla, dentro de un servicio de salud, donde el deseo predominante es la cura, y la muerte es casi siempre vista como enemiga.

Una anciana de 86 años, con un "E.P.O.C." - enfermedad pulmonar obstructiva crónica, (según me comunica su médico de cabecera), es internada por haberse desmayado una de esas noches de tantas en las que su dificultad respiratoria no la dejaba dormir, y tal como comunicara a sus familiares, le quitaba todo sentido a vivir.

El mismo médico que con frialdad - según el relato de los familiares de la anciana - les dijo: "Ella ya vivió su vida, no hay nada que hacer, lo siento por Uds. pero a ella hay que dejarla", llamó a un colega para que la rescatara del paro cardiorrespiratorio, para lo cual realizaron todas las maniobras posibles dentro del servicio. La "resucitaron", y la familia comenzó a jugar con la esperanza: la madre, la abuela era invencible. Ya el año pasado estuvo mucho tiempo internada y salió...

En las distintas guardias surgen los criterios divergentes de los médicos a cargo: desde el que les dice "Hay una posibilidad, pero no es mi paciente... yo haría algo más... es posible salvarla", al que recorta expectativas diciendo "es como una vela que se apaga de a poco... hay que dejarla".

Un familiar relata las incidencias - mal comprendidas, mal elaboradas - donde aparecen maniobras de salvación o de dejar morir..., indicaciones de levantarla y sacarle el suero, y luego de unas horas y la recaída, búsqueda del lugar de su cuerpo donde se le pueda pasar un poco más y darle algún calmante. Por momentos aparecen como contradicciones flagrantes.

La situación se prolonga, la abuela pasa por períodos de lucidez y otros de sopor. Conoce y desconoce, y vive pendiente del tubo de oxígeno que proporciona alivio. No desea comer: a veces lo hace obligada. Cada vez se dificulta más su comunicación, pero cada palabra aunque fuera poco articulada, cada mirada, es vivida por sus hijos como un mensaje de salvación: está mejor, va a salir. En realidad ha perdido el uso de una mano, se escara. Su cuerpo se ha transformado en un objeto estático al que solo puede mover con ayuda de otros.

Llega su cumpleaños: cumple 87. La hija me dice el día antes: "tengo miedo al cumpleaños". Y le sobraba razón: al otro día, su madre falleció cuando estaba sola con ella. La familia busca significados: la eligió, esperó a estar con ella para morir...

Es que se trata de dar sentido para tolerar el sinsentido de un proceso de cinco semanas, donde el estado de ánimo de la familia dependió de la respiración de la abuela. Ella había sido "resucitada". Por consiguiente debía seguir viva.

¿Qué deseaba ella? Cuando la nombro, aparte del hecho lógico de omitir información sobre su identidad, la estoy definiendo por su rol familiar. Y no es casual.

Porque lo que la Señora... digamos Juliana deseaba, no fue decodificado por nadie. Le fueron sobreimpuestos los deseos de su familia y los del personal médico y de enfermería, porque ella había perdido mucho de su fluidez para el lenguaje pero también porque escucharla hubiera significado la percepción clara de un conflicto entre el retenerla y el dejarla morir.

Doña Juliana había dicho varias veces, antes de su internación: "así no puedo vivir más". Es cierto que ella conservaba la esperanza de una mejoría. Lo que no sabía de cierto es que esa mejoría era imposible. Esto entra dentro de lo que no se habla con un paciente; menos aún con un paciente anciano.

El día siguiente al que ingresó en el servicio, pidió a su hermana que cuidara a sus animalitos.

Días después, no pudiendo articular su lenguaje, la miraba, y decía "miau" y "guau", encomendándoselos.

Amaba su casa y sus plantas, a las que no volvió a ver.

La ilusión de verla mejor que antes, repuesta en su hogar y en su rol de matriarca sostuvo a la familia durante las semanas en que permaneció en guardia, esperando la muerte o esperando la vida. Fueron sus hijos los interlocutores del médico. A ella, de la que se alabó su lucidez previa al paro del que fue resucitada, se le habló - le hablamos - con ese tono de conformidad y de aliento que compartimos ante alguien a quien queremos alentar.

Nadie pensó que podría ser viable, en los períodos de mejoría llevarla a su casa. Todos sabéan, diciéndolo o no, que dependía de la atención médica permanente para sobrevivir un día más.

He descripto una situación, que es común: el paciente anciano, en un período terminal de su padecimiento crónico, internado y salvado de la muerte una y otra vez en una prolongación de su agonía que conduce a un plus de sufrimiento, alejado de sus objetos y de su mundo ya que sin atención permanente del equipo de salud no sobrevive. Perdiendo por consiguiente aquello que es parte de su identidad, convirtiéndose en algo así como "El paciente de la cama Nº..."

Es común dentro de nuestra cultura la negación de la proximidad de la muerte: en lugar de conformidad, alentamos en el paciente terminal la lucha, que le impide tal vez apropiarse de sí mismo en cuanto ser que va a morir.

Los miembros del equipo de salud reaccionan frente a estos pacientes según el grado y la manera en que han elaborado sus duelos. Algunos se revisten de frialdad y desapego, negándose a implicarse en lo afectivo; otros se identifican, ya con el sufrimiento de su paciente, ya con el de los familiares, y son conducidos por unos u otros a decisiones poco meditadas. En general, a dilatar el momento de la muerte... prolongando el dolor. A veces a abreviarlo para limitar el sufrimiento, echando sobre los propios hombros la carga de decidir el cuándo y cómo.

Nuestra cultura de la actividad no nos permite el esperar y el no demorar. El "dejar morir", el atender y aliviar el pasaje sin interferir con él, se plantea como un imposible dentro de un entorno donde todos compartimos la visión de la muerte como una enemiga contra la que hay que luchar y a la que se debería poder vencer siempre.

Entiendo que debería ser parte de la formación de los miembros del Equipo de Salud, la reflexión sobre los límites del curar, y cuándo es necesario aceptarlos; la tecnología en su exacerbación hace necesario que la tradición de lucha por la vida, sea cuestionada en sus extremos, ya que en su nombre se somete a los enfermos a mayor y más prolongado dolor.

Sin embargo, sé que es difícil para el médico decidir cuándo el padecimiento es inútil, porque la tecnología lo obliga por su existencia misma a ser usada: no hablemos del temor a ser sometido a un juicio de mala praxis, sino de su propio temor a errar y dejar de salvar una vida que podría ser rescatada.

Dejo así abierto el problema. No tengo respuestas, pero, pensando desde mi profesión de psicóloga creo que deberíamos afinar la escucha, y dejar de interferir con los ruidos producidos por nuestros propios temores, la comunicación con aquellos que están acercándose a la muerte, y a los que no le permitimos ni siquiera decirlo.

... Poder hablarlo, poder indicarlo, poder ser uno mismo en el momento final, para no morir como sujeto antes del momento de la muerte del cuerpo.

Elena María Sánchez
Lic. en Psicología
Tele/Fax 02268 422059

Psicológa en el Hospital Municipal de Maipú.
Bioeticista
Docente en el Instituto Superior de Formación Docente de Maipú Provincia de Buenos Aires.


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