Crianza y sus efectos en el desarrollo del niño

La relación padre-niño ocupa un aspecto central en el desarrollo de la persona saludable (Grych et al., 2000).  Se puede afirmar que para el niño, el mundo está en términos de los padres, de sus creencias, conductas, temores y expectativas. En este camino de crecimiento del niño, la crianza es el medio por el que los padres socializan a sus hijos, moldeando su personalidad (Barton, Dielman & Cattell, 1977).

En la relación padre-niño, los padres ponen en juego su capacidad para alcanzar la necesidad dual de los niños, que es la de recibir protección y límites; y debido a la consistente evidencia de la relación entre estilos o modos de crianza y el comportamiento infantil (Foote, Eyberg & Schuhmann, 1998), los padres deben estar siempre atentos a su rol para influenciar potencialmente en el adecuado - o inadecuado - desarrollo de sus hijos y de la misma relación padre-niño (Grych & Fincham, 1999). La crianza posibilita la socialización del niño a través de sus variados aspectos (Arnold et al., 1993), siendo ésta una tarea compleja y diversa (Sandy, 2000) y de influencia intergeneracional (Brook et al., 1998); incluso, las expectativas de incluirse y terminar una preparación académica superior se ven influenciados por recursos proximales tales como la madre, el padre y los hermanos, respectivamente, en contraste con otros recursos más distales, como los profesores, consejeros, etc. (Valencia, 1994).

Se habla mucho de que el origen de los problemas de conductas de los niños está asociado con la familia. Puede afirmarse que hay algo de verdad en la relación entre las conductas problemáticas de los niños y las prácticas disciplinarias de los padres. Se ha observado que ciertas prácticas de control parental, como la coerción, excesiva firmeza y la inconsistencia, tienden a causar, mantener y fortalecer las conductas disruptivas del niño, más que controlarla (Foote, Eyberg & Schuhmann, 1998; O?Leary, Slep & Reid, 1999; Arnold, et al, 1993 ).

La crianza tiene dos facetas: las prácticas disciplinarias y la calidad de afecto y cuidado que los padres promueven en la relación con su niño. Al parecer, ambos aspectos covarían significativamente. Por esta razón, cuando se busca identificar a los ?buenos padres?, se enfatizan tanto las habilidades para el manejo de conductas como las actitudes y afectos positivos hacia el niño (Lutzker et al. xxx).

Estabilidad y cambio de la crianza
Participación del padre y roles sexuales
Transmisión Intergeneracional
Patrones de Crianza
Crianza y Estrés
Empleo de la madre
Iniciar el cambio
Referencias

Página principal de Psicología

Estabilidad y cambio de la crianza

La familia puede modificar o no sus prácticas de crianza en función a algunas variables (Bugental & Johnston, 2000).

Por ejemplo,  en un ambiente peligroso o de riesgo en el que el desarrollo del niño pudiera ocurrir, los padres enfatizarán prácticas más coercitivas; en cambio, un contexto menos peligroso llevará a los padres a prácticas probablemente diferentes (Boykin & Allen, en revisión).

Otro aspecto del ambiente que influencia en la crianza son los estereotipos culturales sobre el comportamiento del padre y de la madre, de tal forma que lo que se espera del los padres llegará a ser consistente con tales estereotipos (Perris et al., 1980). Por ejemplo, Perris at al. (1980) encontraron en su estudio que las madres tendían a controlar más mediante ciertos tipos de técnicas disciplinarias, especialmente el control mediante la culpa.

En periodos de crisis, cambio o transición, los padres tienden a recurrir a personas extrafamiliares para ayudarse a explicar las conductas de los niños o para enfrentar el estrés (Bugental & Johnston, 2000). Se puede esperar, por consiguiente, que estas fuentes de ayuda (por ejemplo, amigos) pueden modificar la percepción de los padres sobre las prácticas de cuidado y disciplina en los niños.

Asumiendo que algunos o todos los aspectos de la relación marital entre los padres afecta directamente a los hijos (Roberts, 1989), un evento crítico que ocasiona crisis y desequilibrio es el divorcio. Grych y Fincham (1999) encontraron evidencias que el divorcio afecta notablemente las relaciones padre-niño y los estilos de crianza (Grych et al., 2000). O?Leary, Smith & Reid (1999) refieren la discordia marital es un contexto en el que la madre tiende a utilizar una crianza más estricta y autoritaria.

Regresar


Participación del padre y roles sexuales

En primer lugar, consideremos que existen familias tradicionales y no-tradicionales, diferenciándose en que los primeros los padres mantienen los roles que socialmente se esperan de ellos, en la crianza y administración del hogar; los ?no-tradicionales?, logran invertir tales roles (Williams & Radin, 1993).

Los papás que están altamente implicados en la crianza de los hijos, generalmente tienden a incluir diferentes experiencias de juego o quehaceres en sus hijos (Williams & Radin, 1993). Es muy probable, por lo tanto, que los papás incluyan a sus hijos en las tareas hogareñas que ellos mismos hacen y, por otro lado, les enseñen a manipular juguetes y participar de actividades más variadas en contraste con lo que hacen las madres.

Si la presencia del padre tiene importancia, entonces su ausencia debe tener también un impacto, pero esta vez de tipo negativo. Efectivamente, los niños son afectados más que las niñas, por la ausencia del padre en la familia, tendiendo a presentar problemas de conductas tal como son reportadas por las madres (Baker, Keck, Mott & Quinlan, 1993). En situaciones lúdicas, la participación del padre en las actividades de juego de sus hijos dejan experiencias más satisfactorias, excitantes y más activas en los recuerdos de los hijos (Williams & Radin, 1993), quizás debido a que los papás incluyen actividades más físicas, menos estáticas y sociales que las mamás, quienes en cambio tienden a proporcionar actividades más didácticas e intelectuales (Walker et al., 1992). Esta diferencia se refleja también en el tratamiento diferencial a los hijos e hijas, que es más enfatizado por la conducta del padre que de la madre (Maccoby, 1998).

En el periodo escolar de 7 a 9 años, la forma como está organizada la crianza (por ejemplo, si el padre participa activamente o no en la educación de los niños) influye más poderosamente en los adolescentes tardíos que en la época preescolar (Williams & Radin, 1993). En estas edades, con un mejor desarrollo cognitivo, los niños memorizan y conceptúan mejor las características de la crianza observadas, de tal modo que el modelamiento de los padres impacta por lo menos hasta las edades cercanas a la adultez (Williams & Radin, 1993). Es más, si el padre preferentemente aplica el uso de la razón en lugar del castigo como recurso para reorientar la conducta inapropiada del niño, ello contribuye a fortalecer la estabilidad emocional del niño durante la adolescencia (Barton, Dielman & Cattell, 1977).

En general, se acepta que los papás y las mamás difieren en sus estilos de enseñanza al niño, tanto como en otros aspectos dentro de sus modos de crianza (Barton & Ericksen, 1981).

Regresar


Transmisión Intergeneracional

Tanto la evidencia proveniente de la investigación como la exploración informal en conversaciones cotidianas, se sabe que los padres no solo transmiten genes a sus hijos. Los aspectos relacionales son transmitidos mediante procesos de modelamiento, identificación e incluso enseñanza directa (Williams, Radin & Allegro, 1992).

Ptacek at al (1999) hallaron que ciertos modos de afrontamiento al estrés de los hijos guardan similitud con el estilo predominante de afrontamiento reportado por los padres; especialmente, el estilo centrado en la emoción puede ser reproducido por los hijos en edad adolescente.

En su estudio trigeneracional, Brooks et al. (1998), encontró que las técnicas de crianza en una generación son transmitidas a otras generaciones siguientes, ocasionando efectos sobre el grado en que los niños experimentan cólera. El siguiente esquema, basado en Brooks et al (1998) ilustra lo hallado.
 

Figura 1

Observando la figura 1, un importante mediador para la adopción de las técnicas de crianza adecuadas o inadecuadas es la personalidad de los padres. Si la crianza tiene impacto sobre la personalidad de las personas cuando fueron niños, los padres recibieron tales influencias que perduran hasta la vida adulta. Si la relación padres-niño se caracterizó por una carencia real o percibida de una figura afectiva apropiada, ello repercutirá en muchas características personales, tales como el modo de afrontamiento al estrés (Ptacek & Groos, 1997), depresión (Perris et al., 1980), etc. La condición denominada deprivación infantil, consecuencia de la pérdida o ausencia de una relación emocional adecuada antes de la adolescencia (Jacobson, citado en Perris et al., 1980), puede provenir de una falta real de uno o ambos padres o de prácticas de crianza inadecuadas; y se ha encontrado una asociación entre esta característica atípica y adultos deprimidos y con otros desórdenes afectivos que han vivido bajo prácticas de crianza deprivativas. Una consecuencia esperable será que los padres se acerquen de una forma inapropiada a sus hijos, eligiendo prácticas disciplinarias inadecuadas (Brooks et al., 1998).

Regresar


Patrones de Crianza

En la literatura sobre la crianza, uno de los aspectos claves para  la investigación y las aplicaciones clínicas es la identificación de estilos, patrones o tipos de crianza.

O?Leary y su equipo (Arnold, at. Al, 1993; Smith & O?Leary, 1995; O?Leary, Smith & Reid, 1999) identificaron tipos de patrones disciplinarios que la madre tendería aplicar cuando intenta orientar la conducta inapropiada de sus hijos. Un primer patrón estaría caracterizado por un estilo disciplinario punitivo, acentuando el uso de gritos, castigos físicos o verbales y una mayor reactividad que la esperada. Las consecuencias que se derivan de estas prácticas producen niños con problemas de conductas disruptivas, oposicionismo y agresión. Otro estilo que hallaron es aquel caracterizado por la permisividad, la flexibilidad de los límites y la inconsistencia, siendo los padres dominados por las exigencias del niño. Este tipo de crianza se ha asociado a delincuencia, sobredependencia y conductas oposicionistas. Finalmente, estos investigadores encontraron un estilo en el que se tiende a hablar bastante, con prolongados intercambios verbales entre los padres y los hijos aún cuando ello es inefectivo. La atención que pone el padre a la conducta inapropiada, a través de un prolongado sermón, inadvertidamente actúa como un reforzador de la conducta que trata de eliminar. Por efectos del modelado, el niño puede utilizar, posteriormente, igualmente largas explicaciones con la meta de convencer a sus padres para que remuevan el castigo.

Las prácticas de crianza, sea en intensidad, frecuencia o modo, varían tanto como lugares hay en donde se hallan familias, pero hay tres aspectos que se mantienen constantes (Arrindel, et al., 1999): el rechazo, la calidez emocional y la protección (excesiva). Los recuerdos de los adultos, sobre la crianza que recibieron pueden ser ubicados en estas tres líneas.

Maccoby & Martin (1983) propusieron una clasificación bidimensional de los patrones de crianza, tal como está representado en la figura 2.
 

  Centrado en el niño, aceptante, sensible Centrado en el padre, rechazante, insensible
Demandante Controlador Autoritativo, Recíproco
Comunicación altamente bidireccional
Autoritario Dominio a través poder
Pobres intentos de control No exigente Indulgente
Muy flexible
Negligente
Indiferente 
No involucrado afectivamente

Figura 2

Utilizando estos dos ejes ortogonales, es decir, el eje del control y de lo afectivo-actitudinal, se pueden identificar cuatro patrones, según Maccoby y Martin (1983). Similar a lo anterior, Schludermann, & Schludermann (1988) agruparon en tres dimensiones ortogonales todos los factores involucrados en la exploración de los diferentes factores en la crianza (por ejemplo, intrusividad, aceptación, posesividad, control, coerción, inconsistencia, extrema autonomía, etc.):
aceptación-rechazo, control psicológico-autonomía psicológica y control indulgente-control firme.

En general, muchos de los componentes de la crianza deben ser vistos a lo largo de un continuum, en el que los factores ubicados en sus antípodas, definen los extremos del control, del afecto, de la autonomía y del elogio que los padres aplican.

Regresar


Crianza y Estrés

La calidad del tipo de disciplina ejercida por los padres, que es parte de una cadena de otros factores familiares, pueden convertirse en factores de vulnerabilidad o protectivos que disminuyen o incrementan, respectivamente, la capacidad del niño para enfrentarse a situaciones estresantes o de riesgo (Grych & Fincham, 1999). Tomando las descripciones  de Grych y Fincham (1999), factores de vulnerabilidad son los que decrementan las habilidades del niño para afrontar eventos estresantes; contrariamente, los factores protectivos mejoran tales capacidades. Si los padres, mediante sus prácticas de crianza, logran actuar como soporte  o apoyo social a los niños, la percepción de los niños de que pueden disponer de esta ayuda les fortalecerá en sus intentos para afrontar el estrés (Ptacek et al., 1999).

En circunstancias tales como el divorcio, la efectividad de las prácticas disciplinarias contribuyen al ajuste del niño (Brook et al., 1998); haciendo suponer que entre los recursos con que puede encontrar el niño, la calidad de la crianza puede servir como un amortiguador de las consecuencias negativas de la ruptura marital.

Regresar


Empleo de la madre

Las madres que mantienen un empleo a tiempo parcial en las edades de 3 a 5 años y de 7 a 9 años, tuvieron hijos que lograron más altas notas que la madres dedicadas a tiempo completo (Williams & Radin, 1993). Al parecer, el tiempo que dedica la madre al trabajo es una variable crítica y su condición de riesgo varía según la edad del niño (Williams & Radin, 1993; Spiel, 1996 ).

De esta manera, hay evidencias que el nivel de ajuste del niño durante los dos primeros años de vida está relacionado con el empleo materno, en el que madre trabajando a tiempo completo tienen hijos con bajos niveles de ajuste (Baker, Keck, Mott & Quinlan, 1993).

Como condiciones óptimas, Spiel (1996) identifica que hasta los dos años y después de los dos años, las madres deben estar no empleadas y luego trabajar a tiempo parcial, respectivamente.

Regresar


Iniciar el cambio

La presencia de comportamientos disruptivos en los niños, que comprenden la desobediencia, el oposicionismo, agresión, etc., debería alertar a los padres para buscar ayuda profesional, en el que explícitamente se proporcionará un mejoramiento de la relación padre-niño y la enseñanza de habilidades efectivas en la disciplina (Funderbuck, B. W. Et al., 1998). Cuando los padres son aconsejados y entrenados activamente por profesionales debido a los problemas de conducta de sus hijos, se convierten en co-clientes, siendo el cliente principal el propio niño (Foote,  Euberg,  & Schuhmann, E. (1998).

Si se reducen los riesgos que se ocasionan por las prácticas de crianza inadecuadas, no sólo se reducen la probabilidad del desajuste psicológico en los niños, sino también en las futuras generaciones (Brook et al., 1998). Un eje sobre el cual los padres deben considerar al efectuar intentos de cambio en sus métodos disciplinarios, es analizar cómo ellos perciben las conductas de sus hijos, es decir, si las conductas de sus hijos son intencionales (?lo hacen a propósito?), egoístas (?sólo piensa en sí mismo?), estables (?siempre es así?) o de origen interno (?se comporta así porque es malo y no por la situación?) (Bugental & Johnston, 2000); o en qué medida se están ajustando inflexiblemente a roles estereotipados (Maccoby, 1998). Un aspecto que mejora después de un entrenamiento en habilidades de crianza, es el decremento de la defensividad de los padres, en la medida que aumenta el grado en que los padres comprenden las necesidades de los hijos y de ellos mismos (Sandy, 1994).
 
 

El estado emocional tiende a influenciar distorsionando la interpretación de los eventos que observamos. Se ha hallado que los padres que están sintiendo un estado de ánimo negativo tienden a hacer una interpretación negativa de la conducta del niño, de tal modo que perciben sus conductas como intencionales y disposicionales; es decir, que se conducen con la intención de provocar conflicto y que lo que hacen no depende de las circunstancias (Bugental & Johnston, 2000). Estas atribuciones, por lo tanto, incrementan la probabilidad que los padres utilicen medidas autoritarias y coercitivas para manejar al niño, y justifiquen el uso de la violencia (Fortin, 1995; Fortin & Lachance, 1996).

Smith & O?Leary (1995) encontraron una relación entre las atribuciones que las madres hacen sobre el origen del comportamiento inapropiado del niño y el subsecuente método disciplinario. Su modelo apoyó sus hipótesis iniciales, excepto para explicar la elección de las prácticas permisivas de crianza.

Siguiendo las ideas de Smith & O?Leary (1995), los padres que están cognitivamente alertas y defensivos a la conducta del niño atribuyen el mal comportamiento al propio niño, considerándolo como responsable e intencional; esta distorsión alimenta recíprocamente la defensividad de los padres. Los padres alterados por estas previas cogniciones, entonces, sentirán afectos negativos y mayor reactividad (Milner, 1994), que los conducirán finalmente a elegir una disciplina autoritaria, castigadora, crítica y coercitiva. Aparentemente, si la madre se atribuye como la causante del comportamiento del niño, tenderá a sentirse culpable y evitará causar más malestar al niño; consecuentemente, es muy probable que aplique prácticas disciplinarias más permisivas, inconsistentes y flexibles.

Psic. César Merino Soto 

Regresar

Referencias

Arnold, D. S., O Leary, S. G., Wolff, L. S. & Acker, M. M: (1993) The Parenting Scala: A measure of dysfunctional parenting in disicpline situations. Psychological Assessment, 5(2), 137-144.
Arrindel, W. A., Sanacio, E. Aguilar, G., Sica, C., Hatzichristou, C., Eiseman, M., Recimos, L. A., Gaszner, P., Peter, M., Battagliese, Kállai, J. & van der Ende (1999) The development of a short form of the EMBU: Its appraisal with student in Greece, Guatemala, Hungary and Italy. Personality and Individual Differences, 27, 613-628.
Baker, P. C., Keck, C. K., Mott, F. L. & Quinlan, S. V. (1993) NLSY Child Handbook, Revised Edition: A guide to the 1986-1990 National Longitudinal Survey of Youth. Center for Human Resource Research, Ohio State University.
Barton, K., Dielman, T. E. & Cattell, R. B. (1977) Child-rearing practices related to child personality. The Journal of Social Psychology, 101, 75-85.
Barton, K. & Ericksen, L. K. (1981) Differences between mothers and fathers in teaching styles and child-rearing practices. Psychological Reports, 49, 237-238
Boykin, K. A. & Allen, J. P. (en revisión) Autonomy and adolescent social functioning: The moderating effect of risk.
Brook, J. S:, Tseng, L., Whiteman, M. & Cohen, P. (1998) A three-generation study: Intergenerational continuities and discontinuities, and their impact on the toddler?s anger. Genetic, Social & General Psychology Monographs, 124 (3), 335-351.
Bugental, D. B. & Johnston, C. (2000) Parental and child cognitions in the context of the family. Annual Review Psychology, 51: 315-344.
Foote, R., Eyberg, S. & Schuhmann, E. (1998) Parent-child treatment approaches to the treatment of child behavior problems. En Thomas E. Ollendick y Ronald J. Prinz (Eds.), Advances in clinical child psychology, Vol. 20.
Fortin, A. (1995) Développement d?une mesure de la justification de la violence envers l?enfant. Journal Internaltional e Psychologie, 30(5), 551-572.
Fortin, A. & Lachance, L. (1996) Mesure de la justification de la violence envers l?enfant: Etude de la validation auprès d?una populaiton québécoise. Les Cahiers Internationaux de Psychologie Sociale, 31, 91-103.
 Funderbuck, B. W., Eyberg, S. H., Newcomb, K., McNeil, C. B., Hembree-Kigin, T. & Capage, L. (1998) Parent-child intervention therapy with behavior problems children: Maintenance of treatment effects in the school settings. Child and Family Behavior Therapy, 20 (2), 17-38.
Grych, J. H. & Fincham, F. D. (1999) Children of single parents and divorce. En Wendy K. Silverman & Thomas H. Ollendick (Eds.) Development issues in the clinical treatment of children. Boston: Allun & Bacon.
Grych, J. H., Jouriles, E. N., Swank, P. R., McDonald, R. & Norwod, W. D. (2000) Patterns of adjustment among children of battered woman. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 68 (1), 84-94
Hurlock, E. B. (1982) Desarrollo Psicológico del Niño, 2da. Edición. México: McGraw-Hill.
Lutzker, J. R., Megson, D. A., Webb, M. E. & Dochman, R. S. (XXX) Behavioral parent training: There?s so much to do. The Behavioral Therapist, 6, 110-112.
Maccoby, E. E. (1998) The two sexes: Growing up apart, coming together. Cambridge: Harvard University  Press.
Maccoby, E. E. & Martin, J. A: (1983) Socialization in the context of the family: Parent-child interaction. In P. H. Mussen (general ed.) and E. M. Hetherington (series ed.), Manual of child psychology, vol. 2, Social development, New York: John Wiley.
Milner, J. S (1994) Assessing physical child abuse risk: The child abuse potential inventory. Clinical Psychology Review, 14 (6), 547-583.
O?Leary, S. G., Smith, A. M. & Reid,  J. (1999) A longitudinal study of mothers? overreactive discipline and toddlers? externalizing behavior. Journal of Abnormal Child Psychology, 27(5), 331-341.
Perris, C., Jacobsson, L., Lundström, H, von Knorring, L. & Perris, H. (1980) Development of a new inventory for assessing memories of parental rearing behavior. Act Psychiatrical Scandinavica, 61, 265-274.
Ptacek, J. T. & Gross, S. (1997) Coping as an individual difference variable. En Gregory. R. Pierce, Brian Lakey, Irwin G. Sarason & Barbara R. Sarason (Eds.), Sourcebook of Social Support and Personality. New York: Plenum Press.
Ptacek, J. T., Pierce, G. R., Eberhardt, T. L. & Dodge, K. L. (1999) Parental relationships and coping with life stress. Anxiety, Stress, and Coping, 00, 1-27.
Roberts, W. L. (1989) Parents' Stressful Life Events and Social Networks: Relations with Parenting and Children's Competence. Canadian Journal of Behavioural Science, 21, 132-146.
 Sandy, L. R. (1994) Parent Education: An Ounce of Prevention. Insight, 1(2), 45-51.
Schludermann, E. H. & Schludermann, S. M. (1988) Children?s report on parent behavior (CRPBI-108, CRPBI-30) for older children and adolescents (Tech. Rep.). Winnipeg, MB, Canada: University of Manitoba, Department of Psychology.
Smith, A. M. & O?Leary, S. G. (1995) Attributions and arousal as predictors of maternal discipline. Cognitive Therapy and Research, 19(4), 459-471.
Spiel, C. (1996) Long-term effects of minor biological and psychosocial risk on cognitive competence, school achievement, and personality traits. En Sharel Harol & Jack P. Shonkoff (Eds.), Early childhood intervention and family support programs: Accomplishments and challenges. Brookes H. Publishing Co.
Valencia, A. A. (1994) The degree that parent and significant others influence Anglo American and Mexican students to pursue and complete university studies. Journal of Educational Issues of Language Minority Students, 14 : 301-318.
Walker, H., Messinger, D., Fogel, A. & Karns, J. (1992) Social and communicative development in infancy. En V. B. Hasslet & M. Hersen (Eds.) Handbook  of Social Development: A lifespan perspective. N. Y.: Plenum Press
Williams, E., Radin, N. & Allegro, T. (1992) Sex role attitudes of adolescent reared primarily by their fathers: An 11-year follow-up. Merril-Palmer Quarterly, 38(4), 457-476.
Williams E., Radin, N. (1993) Paternal involvement, maternal employment, and adolescents? academic achievement: An 11-year follow-up. American Orthopsychiatric, 63(2), 306-319.

Regresar
Psic. César Merino Soto 
sikander@terra.com.pe

Tel:  (51-1) 2518583
Defensoría Municipal del Niño y del Adolescente
Municipalidad de Chorrillos.



Presentación en las Jornadas para Padres, Centro Educativo - Carlos E. Roe - Callao, Perú.
8 de julio de 2000.


 
Página principal de Psicología

Grupo Cheetah. Buenos Aires. Argentina
info@cheetah1.com.ar