En Tierras Extrañas
 
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Había una vez un niño llamado Juan que quería estar todo el tiempo con su mamita y tenía miedo de que ella se fuera. Después, cuando fue un poco más grande, quería estar lejos de su mamita y tenía miedo de que ella quisiera estar todo el tiempo con él. Cuando fue grande se enamoró de Juana y quería estar todo el tiempo con ella y tenía miedo de que ella se fuera; cuando fue un poco mayor, no quería estar todo el tiempo con Juana, tenía miedo de que ella quisiera estar todo el tiempo con él y, de que ella tuviera miedo de que él no quisiera estar todo el tiempo con ella. Juan hace que Juana tenga miedo de que él la abandone porque él tiene miedo de que ella lo abandone. 

 Nudos 
R.D. Laing


 En la infancia, la escasa tolerancia a la frustración provoca reacciones poco agradables pero también inevitables: el berrinche, la rabia, una violenta furia destructiva. Poco a poco, esta reacción suele disminuir en intensidad a medida que continúa un proceso natural de maduración, lo que permite ir socializando la condición de “pequeño salvaje” e integrarse a la comunidad que lo rodea. Pero aun así, el deseo de una reacción violenta acomete sin piedad.

La adolescencia permite otro modo de descargar la tensión, gracias a la maduración de las glándulas sexuales. La descarga sexual (el orgasmo) comienza a competir con la descarga de hostilidad en cuanto a su capacidad para convertir la tensión interior, de un muy molesto displacer, en placer. La necesidad de esta nueva descarga, que recién la adolescencia hace posible, es el nuevo deseo que va a competir con el anterior, para dominar a la persona. 

La maduración de su sistema glandular, además de producir en el adolescente importantes y acelerados cambios corporales, le permite ahora reproducirse. La aparición de esta posibilidad, estimulada por el intenso placer que puede acompañar a su práctica, ha cambiado el interés del adolescente en cuanto a sus semejantes. Es el sexo opuesto en la plenitud de esta capacidad, el que logra monopolizar su atención. A partir de aquí el deseo impone la conquista de este objeto altamente significativo para disfrutar del nuevo placer. 

Para gozar del contacto íntimo con aquella persona que estimula el deseo de poseerla y ser poseído por ella, tanto del lado de la muchacha como del varón, sería conveniente realizar un proceso de aprendizaje. Aprendizaje difícil de instrumentar en la práctica, aunque en teoría esto sería muy fácil de implementar por los excelentes estudios que abundan sobre el tema. Pero es imposible evitar los prejuicios que acompañan a la vida sexual. El intenso placer que produce su práctica se mezcla con una cantidad de normas racionales e irracionales que toda cultura presenta.

La prohibición de las relaciones prematrimoniales, el rechazo a la masturbación que generalmente se desprecia en forma desmedida, la vergüenza por las huellas de las poluciones nocturnas y de la menstruación, las normas de fidelidad eterna, la brutal práctica de la clitoridectomía, señalan algunas de las dificultades que encuentra la cultura al pretender normatizar una práctica imprescindible para la salud. En el desafío que la estética natural y universal encuentra en los intentos culturales de limitar su poder, las transgresiones son inevitables, por más que algunas normas serían necesarias y convenientes, como por ejemplo sancionar la violación, la prostitución infantil, la paidofilia, etc.

Con estas dificultades se encuentra el adolescente, al mismo tiempo que aparece el deseo de disfrutar a pleno un saludable placer anhelado por todos. ¿Cuáles son las normas convenientes y cuáles son los prejuicios inútiles? ¿Con quién o a dónde dirigirse para preguntar y pensar? También está la exigencia de que este proceso se realice espontáneamente y también la vergüenza por mostrar ignorancia sobre el tema.

El conflicto narcisista cambia de personajes. El deseo será la rendición incondicional de la persona deseada, disponer de ella para su propio placer. El deber, que la convivencia impone, es lograr compartir amablemente tal placer. El conflicto básico entre el deseo de dominio y el deber de compartir no ha variado, ni lo hará durante toda la vida del sujeto. Cambian los personajes y el uso que se les pretende dar, pero el Deseo (que incluye el desprecio) y el Deber (que impone el respeto) seguirán durante toda la vida luchando por el dominio de la conducta. Sobrevivir, para lo cual es imprescindible lograr un lugar en la comunidad, era la meta del niño. Esto ya no será suficiente para el adolescente. Ahora el poder reproducirse agrega nuevos problemas y necesidades a la existencia. La vida se complica, enriqueciéndose con sus oportunidades, sus tentaciones y sus peligros. La naturaleza ha dado a cada sexo sus atractivos suficientes y su contrapartida: los receptores sensoriales adecuados para que la atracción de los sexos sea ineludible. La prohibición del incesto, que parece ser un mandato cultural universal, ha derivado en variadas formas con que la cultura pretende normatizar la atracción natural que la biología impone. Todas las culturas intentan controlar de alguna manera la sexualidad y los apetitos que ésta despierta. 

La familia, incluso la reducida a una madre soltera con su bebé, o a aquellos adultos que se hacen cargo de la criatura, es un lugar imprescindible para la supervivencia humana al comienzo de la vida. 
La larga indefensión que impone el nacimiento necesita del adecuado continente afectivo que la familia puede ofrecer. Pero en la adolescencia este grupo de pertenencia deja su lugar de importancia para ser reemplazado por el grupo de los pares. El grupo de pares ya se había formado antes, en la infancia. Aunque puede haber excepciones, a nivel general el grupo de los pares supera ahora en valor al de la familia de origen, que pasa a ocupar un lugar secundario.

En el grupo de pares están los rivales, que a la vez son los aliados en la guerra de los sexos. Y en el grupo pueden estar las personas a conquistar: aquellos que estimulan con su presencia las ilusiones que complementan al deseo de posesión. Estos objetos pueden ser del sexo opuesto, lo que sería considerado como normal.

La imagen que el adolescente adquiere sin ningún esfuerzo, recibe un importante reconocimiento, sea por admiración o por envidia. Pero no pasa desapercibido. Al elevar su autoestima, al sentirse importante, siente que ha adquirido un poder que lo excita. Nota la fascinación que produce en otros que a su vez lo fascinan. Este poder puede llegar a ser embriagador, con serios riesgos de perder los controles convenientes adquiridos durante la no muy lejana etapa de socialización (la elaboración del Complejo de Edipo). El haberse sentido obligado a someterse a las normas que la sociedad le impuso, puede generar ahora un deseo de revancha que rompa los diques que la misma educación había hecho aparecer. La pérdida de los controles puede abrir las puertas de la perversión, que también se abren si las frustraciones son impuestas por un ambiente socio-cultural demasiado represivo. 

El miedo al rechazo es tan intenso como el deseo de poseer y ser poseído; conduce a un sentimiento de inseguridad que depende de las experiencias que se presenten. La aceptación, el reconocimiento positivo, aumenta la seguridad; el rechazo, el desprecio recibido incrementa la inseguridad; igual que en el resto de la vida. Lo que aquí cambia son las personas de las que se espera la respuesta favorable. Aquí compiten las respuestas que se refieren a la imagen corporal con las respuestas a la conducta general. La moral internalizada vigila el desarrollo del poder que la adolescencia podría ejercer. Los conflictos necesitan de un poder de reflexión que difícilmente está en el ánimo del adolescente, que quiere vivir, actuar y no pensar; por más que no pueda dejar de pensar. Los menos favorecidos por el destino, los que no han obtenido una imagen que concuerde con las normas estéticas vigentes, se ven obligados a elaborar un duelo donde la envidia es un convidado de piedra. Lo que puede repercutir sobre la moral internalizada: evitar todo encuentro con la sexualidad o caer en la promiscuidad sexual, son conductas posibles pero poco convenientes. Someterse a las normas, sublimar, sería el camino adecuado, aunque pocas veces el más fácil.

Los cambios que se producen en los adolescentes alientan en ellos una profunda revisión de la educación recibida. Respecto a la pedagogía del ambiente, lo deseable es un modo equidistante tanto del que creaba el padre del famoso Schreber (que exageraba la necesaria puesta de límites) como del que circundaba al ingenuo Dr. Spock  (que otorgaba una libertad sin límites).

Tan importante como lo que le hacen a uno es lo que uno hace con aquello que le hacen. Es decir: la historia personal ha producido un adolescente con determinadas características, que deberá enfrentar como pueda el examen que la vida le impone. 

La dictadura de la sexualidad impone al adolescente el deseo de contacto físico con una persona que, por variadas razones entre las que sobresale la imagen física, han estimulado en él un deseo de posesión. Este deseo incluye la ilusión de lograr una ansiada completud, que el orgasmo, por instantes, confirma. Es un deseo que aturde, excita y asusta.

Cada sexo obtuvo determinadas características naturales, que quizás alguna vez complementaron a la pareja humana y produjeron un agradable equilibrio en ellos, o, más probable, una sorda lucha por el poder donde el hombre impuso su dominio por tener más fuerza. En la mujer, el útero y los senos señalan su destino de madre: embarazarse, parir y alimentar a los hijos. En el hombre, la mayor fuerza física debe haber sido muy útil para defender a su compañera con los críos y quizás también para preñarla contra su voluntad.

En la sociedad sofisticada de hoy, la fuerza física es más un estorbo que una virtud. No es necesaria más fuerza que la de un niño para movilizar grandes y pesadas maquinarias comandadas por complicadas computadoras. La cárcel y el hospital son un destino más habitual que conveniente, para el uso indiscriminado de la fuerza bruta. En la lucha por el status y en la lucha por el territorio, dos aspectos de la competencia narcisista, lo que se requiere es una buena información acumulada y astucia para usarla. En ese terreno podemos aceptar una igualdad de condiciones en ambos sexos. En cambio, las características femeninas siguen siendo imprescindibles para la reproducción de la especie. La tristemente célebre envidia al pene, hoy oculta mas bien una envidia a los atributos femeninos. Pero la sociedad le exige a la mujer encarar la reproducción bajo el dictado de la razón, defendiendo tanto su cuerpo como al futuro ser. Esto es muy fácil de declamar, pero las presiones que debe soportar para poder llegar a tomar la decisión razonable, pueden convertir ese logro en imposible. 

Entre la presión del deseo que la naturaleza impone, la dificultad de acceder a la necesaria información sexual y el riesgo de una violación que produzca un embarazo, la mujer está más expuesta que el varón. Si el embarazo no deseado se produce, el aborto posible no es una fiesta. Si el nacimiento se produce, suya es la responsabilidad por lo que le pueda pasar en los primeros tiempos al nuevo miembro de la comunidad. Y si su condición es la de una madre soltera, el futuro de la madre y de su bebé dependerá de su entorno socio-cultural, que pocas veces está en condiciones de ofrecer el continente adecuado. Tampoco es despreciable la angustia que debe soportar por el temor a las complicaciones que el embarazo y el parto puedan tener. 

Indudablemente, la mujer ha conquistado merecidos lugares que el hombre le había vedado. Ocupar lugares importantes en el mundo es una satisfacción, pero si hay que agregar el cuidado del hogar y de los hijos, esa satisfacción es fruto de un doble esfuerzo. 
Cumplir con su rol de aportar lo necesario para el status familiar tampoco es sencillo. La sociedad humana demuestra que la justicia social es una utopía que toma fuerza únicamente en el discurso de sus políticos. Por el contrario, el mensaje de la cultura de la globalización es contundente: sálvese quien pueda y como pueda. Quedar embarazada para cumplir con el rol materno puede ser mucho más placentero que luchar por la subsistencia económica. La frustración puede alentar en el varón a regresar al uso de la fuerza física sobre su compañera y sus hijos. Si el varón fracasa en el campo de la astucia, intentará volver a la cultura de los tiempos primitivos, cuando su fuerza física determinaba su valor.

 

Resumen:

En la infancia, la escasa tolerancia a la frustración provoca reacciones poco agradables: el berrinche, una violenta furia destructiva. La adolescencia permite otro modo de descargar la tensión. La descarga sexual (el orgasmo) comienza a competir con la descarga de hostilidad en cuanto a su capacidad para convertir la tensión interior, de un muy molesto displacer, en placer. 
En el desafío que la estética natural y universal encuentra en los intentos culturales de limitar su poder, las transgresiones son inevitables ¿Cuáles son las normas convenientes y cuáles son los prejuicios inútiles? Cambian los personajes y el uso que se les pretende dar, pero el Deseo y el Deber seguirán durante toda la vida luchando por el dominio de la conducta. La familia es imprescindible para la supervivencia humana al comienzo de la vida. Pero en la adolescencia este grupo de pertenencia deja su lugar de importancia al grupo de pares donde están los rivales, que a la vez son los aliados en la guerra de los sexos. 

El adolescente nota la fascinación que produce en otros, que a su vez lo fascinan. Este poder puede llegar a ser embriagador, con serios riesgos de perder los controles adquiridos durante la no muy lejana etapa de socialización (la elaboración del Complejo de Edipo).  Los conflictos necesitan de un poder de reflexión que difícilmente está en el ánimo del adolescente, que quiere vivir, actuar y no pensar; por más que no pueda dejar de pensar. Tan importante como lo que le hacen a uno es lo que uno hace con aquello que le hacen. Es decir: la historia personal ha producido un adolescente con determinadas características, que deberá enfrentar como pueda el examen que la vida le impone. 

Bibliografía:

R. D. Laing.-  Nudos
S. Freud.-  Obras Completas

M. Klein.-   Obras Completas

M. Teicher.- Teoría Vincular del Narcisismo.

M. Teicher.-  La Aventura Adolescente.

Manfredo Teicher
Medico - Psicoanalista 
Psicologo Social 
fredi@pccp.com.ar
Buenos Aires
 


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