Perros, gatos y ecología
Consideramos fauna urbana a aquellos animales que a lo largo de la historia han sido introducidos y adaptados por el hombre al seno de la sociedad.
En esta situación irreversible - ya que es imposible recrear o reintegrarlos a su hábitat natural - se encuentran los caninos y los felinos.
Es difícil evaluar fehacientemente hasta que punto hoy en día estos animales - o su ausencia - pueden afectar el equilibrio ecológico.
Para citar un ejemplo podríamos referirnos a aquellas metrópolis en donde la desaparición de gatos produjo una invasión de roedores. Recordemos que durante la Edad Media la extinción del gato (como resultado de la inquisición y la caza de brujas) produjo la proliferación incontenible de la rata negra que sin contemplación se apoderó de Europa trayendo sinnúmero de pestes castigando por igual a nobles y vasallos.
Sin embargo no debería ser esta especulación la que nos motive a tomar en cuenta la situación de la fauna urbana ya que correríamos el riesgo de convertir a la ecología en una disciplina meramente utilitaria en función del ser humano.
Si durante milenios hemos domesticado a los caninos y felinos quitándole las posibilidades de subsistencia en su estado natural y por ende de lograr su propio equilibrio poblacional es lógico que la sociedad cree las condiciones para remediar esta intromisión.
Desde hace años nuestro país contempla en su legislación la sanción penal por la crueldad y maltrato hacia los animales y las sanciones administrativas por infracciones a ordenanzas municipales.
No obstante, es necesario un marco legislativo que permita no solamente penalizar a aquel que delinca sino brindar una estructura que posibilite modificar conductas y actuar sobre las causas en lugar de hacerlo sobre las consecuencias.
Esto se hace evidente cuando advertimos que ante casos de infracciones a ordenanzas vigentes la sanción termina siendo la retención y posterior muerte del animal por parte del Estado.
La situación real de crueldad hacia los animales no se encuentra tanto en el maltrato físico - situación que sí está contemplada en la ley - sino en la ausencia de conciencia sobre el valor que representa la vida de esos animales.
Se plantea aquí la paradoja de tener una ley que sanciona el maltrato físico hacia un animal en particular mientras que al mismo tiempo el Estado mata diariamente centenares de animales sanos para "equilibrar la población".
Esta conducta se multiplica geométricamente entre la población que dispone así impunemente de vidas preciosas cuando por distintos motivos se considera que esos animales no deben seguir existiendo.
Todas las leyes y ordenanzas que proponen las entidades no eutanásicas de protección a los animales plantean un sistema integral que permita no sólo conseguir un equilibrio de la población animal a través de un método ético sino también crear conciencia sobre el valor de toda forma de vida. Una sociedad que desee progresar lo hará basándose en el respeto y la solidaridad y no desde la indiferencia y la crueldad hacia el más débil y desprotegido, y menos aún cuando ese ejemplo proviene del Estado.*
Silvia Urich y Roberto Echepare
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