cito
La
viveza, entre la inteligencia y la estupidez
Por
Marco Denevi para La Nación.
Frente
a un problema concreto, la reacción mental del hombre inteligente
es dinámica: buscará el camino de la solución,
a menudo a través de exploraciones, de asedios desde distintos
flancos, de razonamientos abandonados en un punto y recomenzados en
otro, hasta encontrar la salida. En latín, salida se dice exitus,
que los ingleses tradujeron por exit. La inteligencia conduce al éxito.
Ese
mismo idioma, madre del nuestro, cuyo estudio hoy les parece superfluo
a algunas autoridades universitarias, tiene un verbo, stupere, que
significa quedarse quieto, inmóvil, paralizado y, en sentido
traslaticio, mentalmente detenido como delante de un cartel que dijera
stop.
De
ahí deriva la palabra estúpido: hombre que permanece
entrampado por un problema sin atinar con la salida, aunque a veces
adopte la agitación convulsa de una mariposa encandilada por
una luz muy fuerte o los movimientos desesperados de un animal dentro
de una jaula. Hablo siempre de lo que ocurre en la mente. Las dos
únicas reacciones del estúpido serán la resignación
o la violencia, dos falsas salidas, dos fracasos.
Salvo
casos patológicos, todos somos inteligentes respecto a un tipo
de problemas y estúpidos respecto a otro tipo de problemas.
Pero nuestra inteligencia y nuestra estupidez no dependen de nuestra
moral. Hay inteligentes moralmente canallas y hay estúpidos
moralmente intachables. Cuánto la inteligencia y la estupidez
le deben a los genes y cuánto a la educación (digamos,
a la gimnasia) es un asunto que dejaré de lado para que no
me usurpe todo el espacio del que dispongo.
Pero
no querría pasar por alto un dato: sin el auxilio del intelecto,
esto es de la capacidad del análisis critico del problema,
y sin la posesión de conocimientos relacionados con ese problema
y adquiridos por experiencia propia, o por revelación ajena,
la pura inteligencia no llegaría muy lejos en el camino del
éxito. La estupidez, por mas que acumule conocimientos, no
sabe que hacer con ellos. Y no es raro que un intelectual, ducho de
análisis critico, sea incapaz de hallar soluciones.
Sabiduría
El
desarrollo, en un mismo individuo, de la inteligencia, del intelecto
y de los conocimientos bien puede llamarse sabiduría, si no
en la aceptación teísta que le dan las Escrituras, por
lo menos como tributo humano susceptible de adquisición y de
pérdida. Pero aunque no haya sabios in omni re scibile, y hasta
Leonardo Da Vinci falle en sus experimentaciones con los óleos
y pigmentos de sus cuadros y Albert Einstein no acierte en ubicar
el hotel donde se aloja, ambos merecen el título de sabios
no menos que Plinio el Viejo, muerto sin embargo, según Suetonio,
a causa de una estúpida temeridad.
Con
alguna frecuencia la realidad nos pone, de momento, mentalmente paralíticos.
Es cuando decimos que estamos estupefactos, lo cual significa "estar
hechos unos estúpidos". La inteligencia, si la tenemos,
vendrá a rescatarnos de esa pasajera estupidez que, por no
ser insalvable, se llama estupefacción. A propósito:
alguna vez Solyenitzin escribió que la televisión nos
sume en largos intervalos mentales de inmóvil estupor. ¿Dispondremos
de la suficiente inteligencia como para no ser dañados por
los poderes estupefacientes de la hogareña y diaria televisión?.
Situada
a mitad de camino entre la inteligencia y la estupidez, la viveza
comparte con la inteligencia, el dinamismo mental y, con la estupidez,
la incapacidad de encontrar la solución a un problema. Se mueve,
pero no en dirección de la salida ¿ hacia donde se dirige?
Ese es su secreto, la formula que le permite ponerse a resguardo de
la humillación y del desprestigio que sufre la estupidez.
La
viveza, creo yo, es la habilidad mental para manejar los efectos de
un problema sin resolver el problema. El hombre dotado de viveza,
el vivo, no ejercita la inteligencia, sino un sucedáneo de
la inteligencia, apto para entenderse con las consecuencia prácticas
del problema, pero no con el problema mismo.
Dicho
de otro modo, el vivo se mueve mentalmente en procura de cómo
eludir los efectos de problema, de cómo (en la mejor de las
hipótesis) volverlos beneficiosos para él ó (en
la peor) de cómo desviarlos en perjuicio de un tercero. La
viveza, pues, necesariamente se conecta con la moral. Sin el concurso
del egoísmo no se puede ser vivo. Y para echarle el fardo al
prójimo sin que este se resista, es imprescindible cierto grado
de inescrupulosidad y hace falta practicar algún genero de
fraude siquiera verbal.
Observado
durante un corto plazo, el vivo da la impresión de haber obtenido
éxito, de ser inteligente: se desplaza entre los problemas
sin padecer las consecuencias o, mejor aún sacándoles
provecho. Como el flujo de los efectos no se interrumpe, el vivo no
puede entregarse a los ocios y recesos de la viveza. De ahí
que se los suele calificar de "despiertos". Aparenta una
brillantez mental que engaña a las miradas superficiales. El
inteligente, cuando está armando sus estrategias para atacar
un problema, parece amodorrado y, en comparación con el vivo,
un poco estúpido.
Cuanto
más complejo sea el problema, mas exigirá del inteligente
paciencia y esfuerzo, mas lo someterá al silencioso y tedioso
análisis crítico y al constante repaso de los conocimientos.
La viveza no puede permitirse esas demoras. Los efectos prácticos
del problema no esperan mucho tiempo para hacerse sentir. De modo
que el vivo está obligado a la rapidez y, consecuentemente,
a la improvisación de sus métodos por lo general empíricos.
Otra vez el inteligente comparado con el vivo, parecerá lento
y hasta torpe. Si los efectos del problema, por su magnitud o por
su complejidad, sobrepasan las posibilidades de la viveza para eludirlos,
para aprovecharlos o para torcerlos hacia un costado, el vivo, por
fin acorralado como un estúpido, no sucumbe ni a la resignación
ni a la violencia, no confesará jamás su fracaso, no
devolverá las armas que esconde en su mente: buscará
algún chivo emisario a quien cargarle la culpa.
En
todas las sociedades conviven los inteligentes, los estúpidos
y los vivos según proporciones distintas para cada una de ellas.
Para Borges no había ningún italiano ni ningún
judío estúpidos. Exageraba, sin duda. Pero ahora imaginemos
un país ficticio donde, por razones genéticas o por
razones históricas, los vivos estén en mayoría.
Esbozaré la novela de lo que podría ocurrir en ese país
imaginario.
Puesto
que son mayoría unos vivos ocupan el gobierno. Y otros vivos
los eligen. Los vivos que los eligen, y por supuesto los estúpidos,
incapaces de solucionar los problemas del país, los transferiría
a los elegidos. Y los elegidos, como vivos que son, se dedicarán
a lo suyo: ponerse a salvo de los efectos de los problemas, sacarles
provecho o desviarlos hacia los demás, así sean vivos,
estúpidos o inteligentes.
Durante
un tiempo los estúpidos parpadearán de catatonia mental,
los inteligentes se sentirán marginados y los vivos tratarán
de imitar la viveza de los gobernantes. Mientras tanto los problemas,
sin resolver, se acumulan, se multiplican, se superponen.
Stop
Hasta
que, fatal, llega el día en que los problemas forman una pared
compacta con un cartel que dice stop. Y ahí la sociedad se
detiene. Entonces los estúpidos, si no se resignan, se vuelven
violentos. Los inteligentes toman su valija y huyen. Y los vivos corren
de un efecto a otro efecto vendando aquí, remendando allá,
emparchando mas allá. Dejan los bofes en ese desesperado ir
y venir por entre el caos de los efectos sin control. Y para disimular
su impotencia recurren a los fantasmas de los chivos expiatorios y
a un lenguaje esquizofrénico que, disociado de la realidad,
seguirá pronunciando el discurso con que alguna vez embaucaron
a la estupidez.
Estúpidos
de brazos cruzados o de brazos armados, inteligentes en fuga, los
vivos parlanchines y desesperados: tal sería la imagen de ese
país ficticio caído al pie del ominoso stop. Para él
no habrá sido una salvación, un grito de guerra: ¡La
inteligencia al poder!! Salvo que todos los inteligentes hayan huido,
hipótesis que no parece verosímil, la novela podría
tener un final feliz.
Fuente:
Guadalupe, editorial del Diario La Nacion de hace aproximadamente
20 años atras.
Gracias
Guadalupe ! ! !
fin
de la cita
Info.acercada
por: Vaciamiento.com
Salvemos Argentina