O
náuseas , o asco, o como cada uno prefiera denominarlo,
es lo que nuevamente sentí anoche cuando - pese a que una
fuerza contraria, saludable por cierto, se oponía - volví
a presenciar la transmisión de la sesión de la Cámara
de Diputados de la Nación tratando la "Ley antigoteo",
según el subtítulo de la pantalla.
Encontrándose el país al borde de uno de sus mayores
desastres económicos y sociales, con efectos devastadores
en los mas amplios sectores de su población, debido a los
cuales la salud, la educación, el trabajo, la seguridad,
es decir los mas elementales derechos humanos y constitucionales
se ven quebrantados al límites vergonzantes: donde los
niños lloran de hambre, los ancianos mueren haciendo colas
para cobrar su miserable limosna con atraso, los ahorros están
capturados, los enfermos esperan la muerte por falta de medicamentos,
en fin, donde la sociedad pareciera diluirse retrogradando a estadios
cuasi primitivos por su grado de anomia e incertidumbre, observar
- en la medida de lo tolerable - el comportamiento de estos remedos
de legisladores es un ejercicio que, no por despiadado, puede
resultar provechoso para entender lo que nos pasa.
Ignoro si debido a la cantidad de horas que llevaba la sesión
o por fortuita coincidencia, cada vez que miraba lo que acontecía,
la mayoría de los diputados no se encontraba en el recinto,
seguramente agotados por el esfuerzo, tal vez por que lo importante
trasciende, para los mismos, fuera del mismo.
En tanto, los que si se encontraban expresaban en toda su magnitud
la parodia que significa hoy, y desde hace tiempo, gobernar en
la Argentina.
Porque si bien resulta imposible intentar la comprensión
de la lógica que subyace a su estructura de pensamiento,
reparar en sus gestos, sus guiños, su desaprensión,
mientras hace uso de la palabra alguno de sus pares, resulta impactante
para quienes, ciudadanos comunes, estamos advertidos, no sin aciago,
de que en dichas manos se encuentra, nada menos, el destino de
nuestras vidas.
La desvergüenza (¿o acaso ignoran que están
siendo televisados y mirados por millones de personas?) con que
conversan entre ellos (conversación que no parece tener
por contenido los graves problemas que nos aquejan); el modo en
que se comunican con sus siempre flamantes celulares; que van
de un lado a otro para saludarse entre ellos, con la misma emoción
de quienes se encuentran en una fiesta por casualidad; toman café
o mastican (de un modo extraño para el contexto, como quien
está en un pub o en un lobby de exclusiva concurrencia);
se ríen, con una frecuencia que resulta sospechosa (¿qué
les causará tanta gracia?); leen, o hacen que leen, muy
concentrados distintos textos; la manera con que hacen un evidente
esfuerzo para mantenerse desvelados o, en fin, vencidos por el
cansancio o el aburrimiento, se duermen, se presenta todo como
una extraña, esquizoide y contrastante escena frente a
la angustia, el dolor, la preocupación, la tristeza, en
que se ve sumida la cotidiana realidad de quienes somos (¿somos?)
sus representados.
Para que no se me acuse de estar generalizando y atentado contra
las instituciones democráticas, debo mencionar que hay
excepciones. (¿Hay?) Pero, en verdad, debiera ser al revés.
Y tal vez el día que se dé lo contrario, en lugar
de sentir nauseabundas sensaciones, podremos sentir el orgullo
de estar en un país distinto, que tenga su correspondencia
en gobernantes distintos.
¿O acaso, ese indecente escenario, no es sino uno de los
espejos del rostro mas obsceno en que ha devenido, por coerción,
inducción o elección, el deterioro de la conciencia
ética, moral, histórica, social y política
de los argentinos?
Dr.
Miguel Angel De Boer
Comodoro
Rivadavia, Abril 24, 2002